12 Ene San Juan de Ribera: Una impronta espiritual y devocional que aún perdura Su festividad se celebra este sábado, 14 de enero
El 6 de enero de 1611, como consecuencia de un fuerte catarro contraído un mes antes tras permanecer más de tres horas arrodillado en tierra rezando, moría en olor de santidad san Juan de Ribera, a los 78 años de edad. De ellos, los últimos 42 como arzobispo de Valencia. Su pontificado, el más largo jamás registrado en la archidiócesis, marcó profundamente la historia religiosa, cultural y política de Valencia. Este sábado 14 de enero, fecha en la que se conmemora la festividad litúrgica por san Juan de Ribera, concluirá en el Real Colegio Seminario de Corpus Christi el triduo en su honor. Esta jornada se abrirá con el rezo de laudes. Tras la oración, a las 10 de la mañana, se celebrará una solemne eucaristía. A las siete de la tarde, se desarrollarán unas vísperas solemnes que darán paso a la última misa del triduo presidida por un antiguo colegial.
San Juan de Ribera dejó una huella espiritual en nuestra diócesis todavía perceptible, sobre todo en la devoción eucarística, que potenció en gran manera. También se debe a su influjo (por la construcción en su Colegio de una capilla para el Monumento) la costumbre de erigir ca- pillas de la comunión en las parroquias, donde el Santísimo Sacramento se conservara dignamente y pudiera ser adora- do por los fieles. Además, fue un gran pro- pagador del culto a san Vicente Ferrer, y a él se debe que su celebración en nuestras tierras tenga lugar el lunes posterior al domingo de la octava de Pascua. También impulsó la centralidad del misterio reden- tor de Cristo. Todavía muchas las iglesias de nuestra diócesis conservan crucifijos regalados por el Patriarca, como el Cristo de la Fe de Santa Mónica o el de la Providencia de Alboraya.
Reforma de las órdenes religiosas
La huella de san Juan de Ribera se puede ver en nuestra diócesis a través de dos órdenes religiosas reformadas todavía presentes en ella. La primera es la de los Capuchinos, que el Patriarca trajo a Valencia en 1596, favoreciendo su instalación en la diócesis, y fundándoles el convento de San Juan de la Ribera, extramuros, para que se instalaran en él; gracias a sus favores en 1607 se erigió la Provincia capuchina de Valencia, que por deseo del Patriarca tomó el nombre de Provincia de la Sangre de Cristo. La segunda es la de las Agustinas descalzas, que fundó en Alcoy el año 1597, con un grupo de canónigas regulares del convento de San Cristóbal de Valencia, para las que acomodó la regla de san Agustín y las constituciones que santa Teresa de Jesús había dado a sus carmelitas descalzas. Estas agustinas descalzas se extendieron rápidamente por toda Valencia.
El ministerio episcopal
Estableció que los cinco pilares del ministerio episcopal debían ser la predicación, la administración de los sacramentos, el cuidado de los sacerdotes, la atención a los pobres y la educación de los jóvenes.
Los obispo deben predicar y enseñar la doctrina cristiana tanto a adultos como a los niños, y deben estar convencidos de que esto último. De igual manera debe administrar los sacramentos a sus fieles estén sanos o enfermos.
Especial atención ha de prestar el obispo a sus sacerdotes, a los que debe cuidar e instruir constantemente por medio de pláticas y cartas; y muy particularmente debe mirar por los recién ordenados. Mismo cuidado y dedicación merecen los pobres, y en especial los pobres enfermos, puesto que han de ocu- par el centro del corazón del obispo, que ha de poder ser llamado con propiedad padre de los pobres.
Piensa san Juan de Ribera que es pro- pio también del obispo ocuparse de la educación de los jóvenes de las familias nobles, cuya situación de privilegio lleva aparejada la obligación de ejemplaridad.
Su vida y su ministerio de pastor
Obispo de Badajoz en 1562 y más tarde Arzobispo de Valencia (1568), permaneciendo en la sede valentina durante 42 años. Felipe III le nombró virrey y capitán general de Valencia (1602-1604).
Fue un hombre de profunda piedad que supo armonizar admirablemente la oración personal y contemplativa con la comunitaria y litúrgica.
Vivió siempre con gran austeridad, huyendo de toda ostentación de riqueza, pero al mismo tiempo repartiendo a manos llenas a los necesitados, tanto sus bienes personales como parte de las rentas del obispado.
Era frecuente verlo administrar el sacramento de la penitencia en la catedral, lo mismo que llevar el viático a los enfermos.
Fue un infatigable predicador a lo largo y ancho de la diócesis, de lo que da fe los siete volúmenes de sermones, publicados gracias al meritorio trabajo de Ramón Robres.
Convirtió su casa en un verdadero centro educativo para los jóvenes, poniendo a su disposición los mejores maestros y educadores que encontró y todos los libros que necesitasen.
Para conocer de primera mano el estado de la Iglesia que se la había encomendado, no dudó en hacer en varias ocasiones visitas pastorales a los territorios de la diócesis. Pocos como él encarnaron tan vivamente lo mejor del Concilio de Trento.
De él proviene la difusión de la jaculatoria “¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!”, tan popular en tierras valencianas.
Fue beatificado en el año 1796 por el papa Pío VI y canonizado por el papa Juan XXIII en 1960.