19 Oct ¡Por la vida! ¡Por la paz! Carta del cardenal Antonio Cañizares
Hermanos y hermanas, muy queridos en el Señor, amigos todos, nos reunimos al lado de nuestra Madre, la Virgen de los Desamparados y de los Inocentes, de todas las periferias existenciales y ninguna como la amenaza de muerte, y, juntos, la invocamos como Madre de la vida, la que ha dado a luz y alimentado al que trae y quiere la vida y es la vida. Apostamos por la vida y con la oración que tanto le agrada, el Santo Rosario, le pedimos que se respete la vida; venimos esta noche a esta plaza a rezar el santo Rosario a los pies de María, Madre de los Desamparados, por la vida y por la paz.
En este mundo nuestro tan calcinado y desierto por la “cultura de la muerte” resuena, una vez más, con fuerza la voz libre y profética de la Iglesia, cargada de esperanza, que grita y anuncia el Evangelio, la Buena Noticia, de la vida: porque el Evangelio del amor de Dios al hombre, en efecto, el Evangelio de la dignidad inviolable de la persona humana, y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio, el que trae la paz.
Con amor y ternura la Iglesia sale en defensa del hombre amenazado, en defensa de la vida despreciada, en defensa de la dignidad humana preterida o violada, y se dirige a todos los hombres de buena voluntad que quieran escucharle. Clama por el hombre inocente, da la cara por el indefenso con energía, apuesta fuerte por la vida, por toda vida humana. Escuchando su mensaje se siente el gozo inmenso de ser hombre, la alegría de haber sido llamado a la Vida, la dicha de ser una de esas criaturas – un hombre – querida directamente y por sí misma por Dios, que quiere que el hombre viva y cuya gloria es ésa: la vida del hombre.
La Iglesia no puede callar y dejar de anunciar este Evangelio: ¡Ay de mí si no evangelizare!, leemos en San Pablo; ¡ay! de la Iglesia y de sus hijos, si dejamos de anunciar y exigir este Evangelio de la vida que no es otro que Jesucristo. Jesucristo al que todos buscan porque todos quieren y anhelan la vida y rechazan la muerte; ante Cristo todos se agolpan, a Él todos acuden, aún sin saberlo, porque, como vemos en el Evangelio, es sanación, ha venido a curar, ha venido a que los hombres tengamos vida: porque ¡Él es Vida!, que ansiamos. Para esto ha venido al mundo, para predicar esta dichosa noticia y para hacerla realidad en nuestro mundo y en el venidero y definitivo. En palabras del mismo Jesús, “ha venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). “Se refiere a aquella vida “nueva” y “eterna”, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa “vida” donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre” (Evangelio Vitae 1). El acto de esta tarde, el encuentro de oración de las diócesis de la Provincia eclesiástica de Valencia, es un SÍ a la vida, al hombre, una afirmación, apuesta y reivindicación por la vida cuando hay tantas fuerzas hostiles a la vida, es una denuncia de esas fuerzas hostiles, amenazadoras dispuestas a ejecuta su decisión o su sentencia condenatoria sin defensa para eliminar o matar al hombre.
Si al final del siglo pasado, la Iglesia “no podía callar ante los abusos sociales entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial” (EV 5). Sin duda, la injusticia y la opresión más grave que corroe el momento presente es esa gran multitud de seres humanos débiles e indefensos que está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. El desafío que tenemos ante nosotros, ya en el tercer milenio, es arduo. Sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias imprevisibles.
El Evangelio de la Vida, la defensa de la vida, resuena, si cabe todavía con mayor fuerza en este este año de tantas y tan grandes amenazas contra la vida: como son las guerras –Ucrania y Rusia-, el hambre de tres cuartas partes de la humanidad, el terrorismo, y un largo y doloroso vía crucis de muerte, los millones de abortos, de eutanasias, de suicidios, la carrera de armamentos… Hace 2000 años, en la aurora de la salvación, resonó para todo el mundo como gozosa noticia el nacimiento de un Niño. Aquel nacimiento ponía de manifiesto “el sentido profundo de todo nacimiento humano, y la alegría mesiánica constituye así el fundamento y realización de la alegría por cada niño que nace” (EV 1). Es cierto, es verdad, que el mayor acontecimiento en la historia del mundo, después del nacimiento del Hijo de Dios, es el nacimiento de un niño. Es como decir que en el milagro de la vida de cada ser humano se repite, en cierto modo, el milagro grandioso de un Dios que, por amor, se hace hombre; es como decir que Dios es el precio de una vida humana, de todas y cada una de las vidas humanas. Es como reconocer, en suma, que el asombro ante la dignidad de la persona humana se encuentra en Jesucristo, Evangelio de la Vida. NO, NO podemos callar ante tanta muerte o tanta amenaza de muerte y estamos aquí en esta plaza de la Virgen para implorar que cese esa pseudocultura de la mentira, de la no-verdad, de la postverdad, del anti humanismo, del posthumanismo.
El mundo actual trata de apagar o de poner sordina a tan importante mensaje de la vida, en favor de la vida. Son las campañas y la trompetería de los embajadores y servidores de la “cultura de la muerte” y de miedo al futuro que se cierne amenazadora sobre los hombres y los pueblos sumidos en un invierno demográfico; son las campañas de los que no aman al hombre y más bien le odian, de los que le engañan y pervierten, de los que se sirven de él y quieren tenerlo bajo su control. Pero la palabra de Dios, que es Vida, el Evangelio de la Vida que es Cristo, nadie puede encadenarlo, aunque se intente, aunque se trate de ponerle una losa encima tras desacreditarlo. Es necesario que resuene en nuestra sociedad desalentada este Evangelio, “confirmación precisa y firme del valor de la vida humana y de su carácter inviolable”. Es preciso que no se calle ni se debilite, esta “acuciante llamada a todos y a cada uno, en nombre de Dios: ¡respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad” (EV 5).
“Una de las más decisivas causas en las que se va a jugar el futuro de la Humanidad y la salvación del hombre en este siglo y milenio, va a ser la causa de la vida…El siglo XX ha sido el siglo de las guerras, de las más terribles de toda la historia humana. Desde la perspectiva de la fe católica, habría que añadir, además, el período histórico, dentro de la era cristiana, en el que valor fundamental de la vida se ha visto más universalmente amenazado y más abiertamente puesto en cuestión… Nuevas y gravísimas amenazas se ciernen sobre la vida y la dignidad de la persona humana en este siglo XXI. La guerra se sigue utilizando sin escrúpulos como método brutal de solución a los problemas políticos… Se usa y justifica el terrorismo con su secuela de asesinatos, crímenes, vidas y familias destrozadas como recurso legítimo no se sabe bien qué fines políticos, sociales o culturales” (Cardenal Antonio María Rouco). Las sentencias de penas de muerte y su ejecución crecen en EE.UU. y otros lugares, y la petición de su abolición total que contribuiría al enriquecimiento de la dignidad humana y al progresivo desarrollo de los derechos humanos, no consigue su apoyo ni el consenso necesario de parte de los países de la vieja Europa humanista. Se justifican la manipulación genética con fines experimentales o la eliminación de embriones, no considerados como seres humanos, como si no se tratara de “unos de los nuestros”. Nos hemos acostumbrado a esas cuatro partes de la Humanidad que pasan hambre o a esos millones y millones de hombres, ya desde niños, que no tienen el mínimo necesario para subsistir con dignidad. Se vende, sin ninguna justificación e incluso falseando los mismos datos de las Naciones Unidas, el llamado “boom demográfico” con políticas antinatalistas puestas al servicio de intereses económicos e ideológicos. El narcotráfico criminal y el consumo de drogas sigue haciendo estragos en la vida de numerosos jóvenes. No son, por desgracia, infrecuentes los malos tratos, incluso con heridas y consecuencias de muerte, infligidos a mujeres y niños débiles e inermes. “La vida de los no nacidos, de los enfermos terminales, de los ancianos, de los disminuidos de todo tipo se encuentra cada vez más desamparada no sólo por las leyes vigentes, sino también por las costumbres y estilos de vida más en boga en la sociedad actual. Parece que se trata de vidas humanas de inferior valor y menos dignas de protección jurídica y social que las de los sanos, fuertes y autosuficientes en lo físico, lo psíquico y lo económico-social. Es evidente: gana terreno lo que se ha calificado como la cultura de la muerte. Pero la muerte ha sido vencida en su misma entraña por el Evangelio de la vida, por Jesucristo, muerto en la Cruz y resucitado para nuestra salvación” (Cardenal Antonio María Rouco). Hay que cambiar la cultura y hacer que emerja una cultura nueva, como al final del imperio romano, una cultura nueva regenerada en Cristo.
Los que creemos en Jesucristo y tenemos la firme convicción de nuestra llamada a la Vida, los que queremos al hombre, no podemos desalentarnos, no cejaremos jamás en la defensa de este hombre amenazado. Tengamos esperanza. Si hoy, con razón, nos avergonzamos de los tiempos de la esclavitud, no tardará en llegar un día en que nos avergoncemos y arrepintamos de esta cultura de muerte, también legalmente establecida, de manera singular, de esos millones de abortos protegidos y amparados por leyes antihumanas y, por tanto, antisociales. Es preciso crear una conciencia más profunda y arraigada del don maravilloso de la vida y, consecuentemente, de una cultura de la vida. “Hay que ayudar a formar la conciencia, amordazada por las presiones legislativas y políticas, las agresiones y las manipulaciones de una cultura de la muerte. En esta lucha se juega buena parte del futuro de la Humanidad. Será, a la vez, el test que medirá el grado y espesor de la verdadera calidad humana. Son grandes los retos, pero son muy grandes y con horizontes mucho más amplios las esperanzas”. (Cardenal, Alfonso López Trujillo). Trabajemos y luchemos por esta nueva conciencia, imploremos y recemos ante Dios por el cambio de la mentalidad presente, neguémonos a secundar cualquier iniciativa que atente a la vida, no demos nuestra adhesión a cuantos – personas, instituciones, obras, o disposiciones- vayan o pretendan ir en contra de la vida, porque no podemos adherirnos a quien niega algo tan fundamental y primero. En concreto, las leyes que no protegen la vida o que van en contra de ella no son respetables; “cuando una ley civil legitima el aborto o la eutanasia deja de ser, por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente vinculante” (EV 73). Y por tanto, rezamos. Para Dios nada hay imposible. La Virgen María Madre, tan solícita y auxiliadora lo quiere y puede.
Es necesario formar la conciencia moral: redescubrir el nexo entre vida, libertad y verdad en el hombre, creatura de Dios. “A la formación de la conciencia está vinculada estrechamente la labor educativa, que ayuda al hombre a ser cada vez más hombre, lo introduce siempre más profundamente en la verdad, lo orienta hacia un respeto creciente por la vida, lo forma en las justas relaciones entre las personas. En particular, es necesario educar en el valor de la vida comenzando por sus mismas raíces. Es una ilusión pensar que se puede construir una verdadera cultura de la vida humana, si no se ayuda a los jóvenes a comprender y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su verdadero significado en su íntima correlación. La banalización de la sexualidad es uno de los factores principales que están en la raíz del desprecio por la vida naciente: sólo un amor verdadero sabe custodiar la vida” (EV 97). Que se abran las fuentes de la vida para que haya una nueva primavera en nuestro mundo, caduco y envejecido sin la alegría de los niños y sin la esperanza de los jóvenes.
“El Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres. Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común. En efecto, no es posible construir el bien común sin reconocer y tutelar el derecho a la vida sobre el que se fundamentan y desarrollan todos los demás derechos inalienables del ser humano. Ni puede tener bases sólidas una sociedad que – mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz – se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio de la vida humana sobre todo si es débil y marginada. Sólo el respeto a la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz…El ‘pueblo de la vida’ se alegra de poder compartir con otros muchos su tarea, de modo que sea cada vez más numeroso el ‘pueblo para la vida’ y la nueva cultura del amor y de la solidaridad pueda crecer para el verdadero bien de la ciudad de los hombres” (EV 101). Hermanos y hermanas, queridos; ¡Adelante! ¡Por la vida, por el hombre, por la dignidad de la persona humana; no olvidemos el quinto mandamiento: “no matarás”! Recordemos siempre el princpio constitucional: “todos tienen derecho a la vida! es prepolítico y nos obliga. Viva el hombre, Dios quere que el hombre viva, no quiere la muerte. ¡Lucharemos por la vida!
¡No olvidemos que el aborto es un crimen, una hecatombe!, y hay que ver las legislaciones últimas y el proclamarlo como un derecho es una barbaridad. las leyes eutanásicas no se sostienen. ¡Ánimo!, ¡No tengamos miedo! Seamos libres, no a las legislaciones inicuas, exijamos el derecho a la objeción de conciencia; objetemos. denunciemos, ofrezcamos la alternativa de una sociedad distinta. ¡Eduquemos!, que nadie nos quite el artículos 27 de la Constitución y exijamos su cumplimiento. Si quieres la paz, trabaja por la justicia, por la familia, por la vida, llenadlo todo de amor y cuidad del otro y por el otro. ¡No pases de largo! Oración, sin interrupción, orad.
+Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo Emérito, Administrador Apostólico de Valencia
*Mensaje en el Santo Rosario, el 14 de octubre de 2022