LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 2 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».

Le contestó:
«Voy yo a curarlo».

Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Martes, 3 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10, 21-24

En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos…

En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».

Miércoles, 4 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Mateo 15, 29-37

En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.

En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.

La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».

Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?».

Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tenéis?».

Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».

Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

Jueves, 5 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Mateo 7, 21. 24-27

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Viernes, 6 de diciembre de 2024
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 9, 27-31

En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David»…

En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:
«¿Creéis que puedo hacerlo?».
Contestaron:
«Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que os suceda conforme a vuestra fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.

Sábado, 7 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 35 — 10, 1. 5a. 6-8

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia…

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».

Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Comentario al evangelio

Martes, 3 de diciembre de 2024

San Francisco Javier

Lecturas:

Is 11, 1-10. Brotará un renuevo del tronco de Jesé.

Sal 71, 2. 7-8. 12-13. 17. Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente.

Lc 10, 21-24. Te doy gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos.

Hoy la Palabra nos da otra clave importante para poder acoger al Señor: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.

La humildad es la puerta de la fe. Es el humus, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.

La humildad es dejarte hacer por el Señor. Como nos decía la Palabra del Domingo, ser arcilla en manos del Alfarero, que te va modelando cada día con su Palabra, con tu historia, con tu cruz…

La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.

La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y, por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.

La humildad es reconocer que tú no eres dios; que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra –la tierra del mundo, la tierra de tu corazón, la de tu familia, la de la Iglesia, la de tu comunidad…– es el Señor, con el de su Espíritu, como nos ha anunciado el profeta Isaías.

Por eso, hemos cantado en el Aleluya: Mirad, el Señor llega con poder e iluminará los ojos de sus siervos.

Un signo de que vas acogiendo al Señor en tu corazón es la alegría que produce su presencia, alegría que lleva a la alabanza: ¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al Evangelio

Lc 10, 21-24. “Aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Jesús viene a nuestro mundo para revelarnos el verdadero rostro de su Padre Dios. Jesús se siente orgulloso de su Padre, porque ha querido revelarse a los pequeños, a los que no cuentan. El Señor ha recibido el conocimiento completo de Dios y ha recibido la misión de comunicarlo. Por eso el Señor llama bienaventurados a los que han podido contemplar a la persona de Jesús y reconocer en Él el amor de Dios. Y también a los que han podido escuchar la buena noticia proclamada por Jesús. Tantas generaciones esperaron la llegada del Mesías y no lo pudieron ver. La generación de Jesús fue la más afortunada, porque pudo encontrarse con el Señor y contemplar sus gestos y escuchar sus enseñanzas. Reconozcámonos también nosotros afortunados porque nos ha llegado esta buena noticia.

1 de diciembre. Domingo I de Adviento
Año litúrgico 2024 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del profeta Jeremías 33, 14-16

Ya llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora, suscitaré a David un vástago legítimo que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos, y la llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”.

Salmo

Sal. 24
R. A ti, Señor, levanto mi alma

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que lo temen,
y les da a conocer su alianza. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 3, 12 — 4, 2

Hermanos:
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos a vosotros; y que afiance así vuestros corazones, de modo que os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.
Por lo demás, hermanos os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante. Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

Evangelio del domingo

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 21, 25-28. 34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

comentario

EL GLORIOSO ADVENIMIENTO DE JESUCRISTO

por Jaime Sancho Andreu

(1º Domingo de Adviento -C-, 1 de diciembre de 2024).

Un tiempo de gozosa expectación.

Este domingo comenzamos el tiempo del Adviento del Señor, de su santo advenimiento. Este tiempo nos sitúa a la vez en el presente y en el futuro, nos hace sentir el ser y la falta de ser, la posesión y la espera. Del mismo modo confluyen juntos en la liturgia de Adviento el presente y el futuro de la salvación cristiana.

En el ciclo de Adviento y Navidad se celebra la memoria de la encarnación del Hijo de Dios que ha sucedido ya y que permanece para siempre; pero se celebra también la espera del advenimiento de Cristo que juzga y salva definitivamente, que todavía no está presente pero cuya venida es inminente para cada persona a lo largo del tiempo y para toda la humanidad en su conjunto.

Pasado, presente y futuro en el Hoy de Dios.

En el Adviento recogemos y meditamos toda la historia de la salvación. Debemos tener presente el Antiguo testamento, lo que fue el pasado sin un Salvador, porque, de lo contrario no sabríamos quién es él, ni qué seríamos nosotros sólo por nosotros mismos; porque olvidaríamos que la gracia de Dios nos había de venir de él.

También hemos de tener presente la salvación ya acontecida, lo que comenzó en la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios, porque lo ya sucedido es nuestro sólo cuando por la fe lo recibimos como presente; y, por fin, la memoria del futuro, porque la salvación presente sólo existe en la medida en que es recibida como las arras prometedoras de la redención definitiva.

El tiempo litúrgico es como una espiral que nos lleva hasta la consumación del reino de Dios; es un círculo que conecta su final con el comienzo de otro nuevo curso; de este modo, al resumir el contenido de este primer domingo lo hemos de conectar con el lema del último del curso pasado, en la solemnidad de Cristo Rey del universo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1,8)

La experiencia del Adviento.

Aunque en su última parte este tiempo se orienta hacia la Navidad, el Adviento aviva la tensión hacia las realidades últimas que es propia de la vida cristiana. Este domingo el profeta Jeremías nos evoca la esperanza en el Salvador que debía traer el reino de justicia amor y paz (Primera lectura). Nosotros tenemos las primicias de ese reino, pero hemos de permanecer santos e irreprochables para recibir al Señor, lo que conseguiremos si practicamos el amor mutuo (Segunda lectura). El Señor nos dice que hemos de estar despiertos y en pie ante él cuando vuelva. “En pie” es la actitud sacerdotal del pueblo de Dios, que ora en el Espíritu y está siempre preparado para marchar a cumplir la voluntad de Dios. En nuestra oración pidamos fuerza “para mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre”, ahora y en su venida definitiva; que nos halle así, a cada uno d nosotros, en el encuentro final de nuestra vida.

El Adviento C, sus temas propios.

Este año comenzamos de nuevo el ciclo trienal de lecturas con el leccionario C. es el año en que leeremos preferentemente el Evangelio de san Lucas, dirigido en principio a los cristiano de origen gentil: sirios, griegos y romanos y que, por ello, que proclama a Jesucristo como el salvador universal, lleno de compasión hacia todos los hombres y movido por el Espíritu. De este modo, el primer domingo anunciará el día del Señor grande y terrible anunciado por los profetas en el que el Hijo del Hombre vendrá como Juez para reunir a los suyos. Luego comenzaremos el ciclo del Bautista, que preparará el camino del Señor (Segundo domingo – este año coincidiendo con la solemnidad de la Inmaculada Concepción) y recibirá el testimonio de Jesús de que ha comenzado ya el tiempo de la salvación (Tercer domingo). En el cuarto domingo, el ciclo de la Anunciación es peculiar de este año, pues se proclama, tanto la anunciación a María según san Lucas (8 de diciembre), como su continuación que es la Visitación de María a Isabel.                             

El leccionario C lee los vaticinios de varios profetas menos conocidos, comenzando con Jeremías que anuncia la llegada de un heredero excepcional de la estirpe de David que inaugurará un tiempo nuevo; seguimos con Baruc que vislumbra el camino de vuelta del destierro, luego Sofonías cantará la alegría de la hija de Sión al recibir a su Señor y, finalmente, Miqueas señalará a Belén como el lugar del nacimiento del Mesías.       

Las cartas apostólicas se leen como segundas lecturas y son como una aplicación a nuestro tiempo del mensaje de cada domingo. De este modo, san Pablo desea que el Señor nos fortalezca interiormente, para cuando Jesús vuelva definitivamente (1º domingo), nos exhorta a mantenernos limpios e irreprochables para el Día de Cristo (2º domingo), celebra la alegría de la comunidad porque el Señor está cerca (3º domingo) y el autor de la carta a los Hebreos expresa los sentimientos del Hijo eterno al entrar en el mundo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

Así pues, tenemos por delante un escogido e importante conjunto de textos bíblicos que nos piden atención para escuchar la voz del Señor y descubrir los signos de la venida del Señor, en la liturgia y en la vida.

El año de san Lucas.

El año C que ahora comenzamos utilizará preferentemente el evangelio según san Lucas; de él se ha dicho que es “el evangelio de la misericordia” y “el evangelio del Espíritu Santo”, como podremos advertirlo frecuentemente. Así mismo es el que conserva más episodios de la infancia de Jesús. De sus 1.149 versículos – es el más largo de los cuatro evangelios – se proclamarán 717 en los domingos y fiestas de este año. Muchos de los 432 que no se leen, aparecen en la lectura dominical y festiva de los ciclos A y B.   

Los escritos de san Lucas.

San Lucas, natural de Antioquía, médico y convertido (Col 4, 14). Se puso al servicio de San Pablo (Flm 24; 2 Tm 4, 11; Hch 16, 10-17; 20, 5-21; 28) y lo asistió en sus últimos días, de modo que san Pablo dice desde la prisión que “sólo Lucas está conmigo” (2 Tm 4, 11). Sus orígenes paganos y su cercanía al Apóstol de los gentiles  fueron importantes en la composición del Evangelio cuya idea fundamental es el acceso de todos los pueblos a la salvación y a la participación en el reino de Dios de todas las categorías que la ley judía apartaba del culto: pobres, pecadores, mujeres y paganos. En los Hechos de los Apóstoles, que es la continuación de su evangelio, describe con entusiasmo la vida de la primitiva comunidad de Jerusalén y presenta a Pablo como el prototipo de misionero. En síntesis, se proclama que el mismo Espíritu que obró la encarnación del Hijo de Dios y que animó la obra de Jesús, es el que dio origen a la actividad de la Iglesia y es el alma del nuevo Pueblo de Dios. 

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura. Jeremías 33, 14-16: Comenzamos la proclamación de las profecías de la venida del Señor que continuaremos durante todo este tiempo de Adviento. En ellas se describe asimismo el reino de justicia, amor y paz que trae nuestro Señor.

Segunda lectura. 1 Tesalonicenses 3, 12-4, 2: El apóstol nos dice que la práctica del amor mutuo es la mejor forma de prepararnos para salir al encuentro del Señor con santidad y limpios de pecado.

Evangelio de Lucas 21, 25-28. 34-36: El Adviento nos recuerda en primer lugar que el Señor vino, viene y vendrá al final de los tiempos, como salvador y juez. En este primer domingo se nos invita a la vigilancia y a estar preparados para recibir al Señor permaneciendo en su servicio.

Otro comentario al evangelio

Sábado, 29 de junio de 2024

San Pedro y San Pablo

Lecturas:

Hch 12, 1-11. El Señor ha enviado a su ángel para librarme.

Sal 33, 2-9. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios.

2 Tm 4, 6-8.17-18. He corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Mt 16, 13-19. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.

La fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Es una fiesta de la catolicidad.

Son las columnas de la Iglesia. Ellos han transmitido la fe y sobre ellos se edifica la Iglesia. Fueron elegidos por el Señor para ser testigos de la Buena Noticia.

Siendo débiles y pecadores fueron elegidos por Dios para que en su debilidad se manifestara la fuerza y la grandeza de Dios. Ellos hicieron de Jesucristo, el Señor de su vida, el centro de su existencia, la razón y la fuerza para vivir.

En el Evangelio escuchamos cómo Jesús dirige a sus discípulos la pregunta del millón, que no es ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, sino Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esta es la pregunta clave también para ti, hoy. En la respuesta que des a esta pregunta te va la vida.

¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué pinta Jesucristo en tu vida? ¿Quién es el Señor de tu vida? ¿Quién dirige tu vida? ¿A quién le preguntas cómo tienes que vivir cada día?

San Pedro y San Pablo pudieron, por el don del Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3), confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, o Para mí la vida es Cristo (cf. Flp 1, 21).

Jesucristo elige, de entre todos los apóstoles, a Pedro como cabeza de la Iglesia. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia, y se continúa por los obispos bajo el primado del Papa (cf. Catecismo 881). El Papa ha sido puesto por Jesucristo para enseñar, santificar y gobernar la Iglesia.

El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús.

La memoria de San Pedro nos invita a confesar que Jesús es el Señor, a tenerle a Él como único Maestro, a permanecer siempre fieles a las enseñanzas de Jesucristo que vive en su cuerpo, que es la Iglesia.

La memoria de San Pablo nos invita a la nueva evangelización, a ser apóstoles, a no tener miedo de dar la cara por Cristo, porque sé de quién me he fiado y que tiene poder para asegurar hasta el final el encargo que me dio (cf 2 Tim 1, 12s).

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Haz llover, para que crezca en mí la fe y el amor a Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Lc 21, 25-28.34-36. “Verán al Hijo del hombre venir en una nube”. Comenzamos un nuevo año litúrgico y lo hacemos con el tiempo de Adviento. Es tiempo de preparación para la Navidad, para la celebración de la venida del Señor en nuestra propia carne. Nos invita a que vivamos con expectación su venida futura, recordando con gozo su primera venida. Jesús nos anunció una segunda venida al final de los tiempos. Ese momento está marcado por imágenes apocalípticas, que nos hablan de la caducidad de lo real. Pero hemos de mirar ese final con esperanza, porque el Señor lo presenta como un encuentro con Él. Se nos presentará con poder y gloria, derrotará definitivamente a todas las fuerzas del mal. Nos pide atención, sensibilidad ante los signos, no dejarnos arrastrar por las realidades de este mundo que nos embotan el corazón, estar despiertos.

8 de diciembre Domingo II de Adviento
Año Litúrgico 2024 (Ciclo C)
La Inmaculada Concepción

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20

Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«Dónde estás?».

Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».

El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».

Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».

El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».

La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».

El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso,
maldita tú
entre todo el ganado y todas las fieras del campo;
te arrastrarás sobre el vientre
y comerás polvo toda tu vida;
pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia;
esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».

Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

Salmo

Salmo 97, 1-4
R/.Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses 1, 4-6. 8-11

Hermanos:
Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy.
Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena la obra, llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.
Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús.
Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».

María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

comentario del domingo

SANTA MARÍA DEL ADVIENTO

por Jaime Sancho Andreu

(8 de diciembre de 2024)

Historia de esta festividad.

Hoy se celebra la concepción inmaculada de aquella que tenía que concebir el Verbo que transciende todo lo creado, al Hijo de Dios.

Los orígenes de esta fiesta se remontan a los siglos VII y VIII en Oriente, a partir de la celebración de santa Ana, la madre de María. Nueve meses antes de la fiesta de su nacimiento. Poco a poco fue penetrando en Occidente y extendiéndose por toda la Iglesia, hasta que el papa Pio IX, el día 8 de diciembre del año 1854, declaró como dogma de fe que santa María, por un singular privilegio, en previsión de los méritos de Jesucristo, fue preservada de toda mancha de pecado original.

Santa maría en el Adviento.

Esta festividad, en la mitad del Adviento, nos lleva a pensar en la Madre del Redentor, cuyo nacimiento vamos a celebrar pronto. La liturgia nos presenta a María en la historia de la salvación: la desobediencia de nuestros primeros padres nos dejó la herencia del pecado original; la madre de todos los vivientes pecadores tuvo su réplica en la perfecta sierva del Señor, que aceptó su Palabra hasta el final. Por eso María es la mujer nueva, concebida sin pecado, y madre de la humanidad redimida.

También para María todo viene de Jesucristo, como centro de la historia de la salvación. La lectura de la carta a los Efesios proclama el designio salvador de Dios, dentro del cual la Virgen María fue preservada del pecado original en previsión de los méritos de Jesucristo. Elegida y predestinada para su gran misión, del mismo modo que nosotros estamos destinados por Dios a participar de su gloria.

En el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Debemos celebrar esta gran solemnidad de Nuestra Señora, enmarcándola en el contexto del Adviento. No es difícil comprender cómo la concepción inmaculada de quien iba a ser Madre del Salvador del mundo es la primera intervención divina que inaugura la venida en la carne del Mesías prometido. ¡En su seno el Verbo se hizo carne! La afirmación de la centralidad de Cristo no puede, por tanto, separarse del reconocimiento del papel desempeñado por su santísima Madre. “Su culto, aunque valioso, de ninguna manera debe menoscabar la dignidad y la eficacia de Cristo, único mediador” (Conc. Vaticano II, Lumen gentium 62).

María, dedicada constantemente a su divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida. La Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo.

Inmaculada para ser libre, creyente y Madre del Salvador.

Los primeros hombres fueron creados sin mancha de pecado, y en ellos la imagen de Dios brillaba por la gracia sobrenatural que habían recibido; pero usaron mal de su libertad y condujeron a la humanidad por un camino de pecado y desventura.

Sin embargo, Dios prometió un Salvador desde el principio, para restaurar en él la imagen perfecta del Padre. Su entrada en el mundo debía ser de alguna manera «concertado» con el resto fiel de la humanidad y del pueblo elegido; por ello, y en previsión de la obra redentora del Hijo, Dios comenzó a preparar el cielo y la tierra nuevos del Reino de los cielos, y lo hizo preservando del pecado original y llenando de gracia a una doncella de Nazaret, hija de Israel.

Esta plenitud de gracia hizo a María totalmente libre, de modo que su respuesta a Dios fue tan responsable como la de los primeros padres de la humanidad, y mucho más transcendente para el futuro. Como escribió san Bernardo, la respuesta de María al mensaje angélico fue clara:” He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). «Nunca en la historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento de la criatura humana».

María dio aquel paso sin temor, totalmente abandonada en la gracia de Dios, y lo mismo nosotros no podemos detenernos, asustados por las posibles consecuencias y sacrificios que nos pueda pedir una vida obediente al Padre. Encontraremos a Jesús y le podremos seguir si dejamos que la fe confiada en él nos ilumine y despeje nuestras vacilaciones.

El Dogma de la Inmaculada Concepción.

La declaración del dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María vino a confirmar, con la máxima autoridad doctrinal de la Iglesia, una creencia firmemente incardinada en el pueblo cristiano, al tiempo que despejaba definitivamente las cautelas o dificultades que podían suscitarse desde la teología, como si ese privilegio limitara el alcance universal de los méritos de Jesucristo. No es así, porque la gracia singular de la futura Madre del Redentor fue preservada de toda mancha de pecado “en previsión de los méritos de Nuestro Señor”, mientras que los demás humanos somos justificados en virtud de dichos méritos.

La fe en la Inmaculada es uno de los rasgos más característicos del catolicismo y uno de los puntos fundamentales de la piedad católica contemporánea. No en vano el santuario de Lourdes, en el lugar donde la Virgen declaró su privilegio único a Bernardette en el año 1858, es uno de los principales centros de peregrinación de todo el mundo.

A veces una piedad poco informada celebra a María como si hubiera sido elegida por Dios por razón de sus virtudes, como su pureza, humildad, pobreza…, cuando, al contrario, la decisión divina sobre ella es anterior a su historia humana, siendo sus virtudes la forma en que la Virgen respondió y secundó la plenitud de gracia que la había distinguido “entre todas las mujeres” y por la que la proclamarán “bendita”, como nosotros lo hacemos en su fiesta, todas las generaciones.

Preparar el camino a Cristo en nosotros.

En este segundo domingo de Adviento, San Pablo nos anima a prepararnos para el Día de Cristo Jesús. Se trata de su venida gloriosa que celebramos cada domingo, en él nos debe encontrar el Señor limpios e irreprochables. Esta preparación consiste en que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores (Filipenses 1,9-10), es decir, en profundizar en la conversión aprendiendo a discernir lo bueno, la voluntad de Dios y el ejemplo de Jesucristo. Pero este trabajo, como la preparación de los caminos del Señor y el florecimiento del desierto, no es una obra meramente humana. Ciertamente ahora ya con una mayor confianza que en el pasado, porque Cristo a inaugurado una empresa buena; y si nosotros permanecemos en adelante hasta su venida creciendo en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores (v. 9) que es tener la misma percepción de Cristo y sus sentimientos, para conocer lo bueno, lo que vale, y realizarlo, llegaremos a ese momento cargados de frutos de justicia (v. 11).

La iniciativa viene de la gracia de Dios: El que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Es lo mismo que repetirá el Apóstol avanzando en su carta: Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y el obrar para realizar su designio de amor (Filipenses 1,6 y 2,12-13).

La carta de san Pablo a los Filipenses habla constantemente de este estar en camino. El camino del Señor del que tanto habló Isaías, el camino que es necesario preparar y que fue anunciado con tanta fuerza por el Bautista, se ha convertido ahora en el Camino que es el Señor mismo (Jn 14, 5), que por medio de su Espíritu está siempre dispuesto a llevarnos consigo hasta el Padre a través de él.

Moniciones antes de las lecturas

Primera lectura y Evangelio. Génesis 3, 9-15.20 y Lucas 1, 26-38: La primera lectura y el Evangelio presentan en primer lugar la contraposición entre la desobediencia de los primeros padres en el paraíso y la perfecta obediencia de María, la nueva Eva, a la voluntad de Dios. Luego escuchamos la promesa del Salvador, que se encarnará en la Madre inmaculada y llena de gracia que es la Virgen María.

Segunda lectura. Filipenses 1, 4-6.8-11: San Pablo nos invita a preparar el camino del Señor, de modo que lleguemos al Día de Cristo, el de su venida, limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 19 de mayo de 2024

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1Co 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con una ley escrita por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia recibe el don del Espíritu Santo, el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas (cf. Benedicto XVI, Mens. JMJ 2008). El Espíritu Santo se nos da para nuestra santificación: para que vivamos identificados totalmente con Cristo y, para que, permaneciendo en Él, podamos dar fruto abundante.

El Espíritu Santo nos da sus dones para sostener y animar nuestra vida cristiana, nuestro camino de santidad. Estos dones son actitudes interiores permanentes que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu. Estos siete dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Son dones que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, sino que los recibimos gratuitamente en nuestro bautismo: la gracia santificante nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones (cf. Catecismo 1266.).

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a vivir según el Espíritu y no según la carne, es decir: te invita a acoger en tu corazón esos dones del Espíritu y a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

Si aceptamos en nuestro corazón estos siete dones, y vivimos animados por el impulso del Espíritu siguiendo a Jesucristo como único Maestro y único Señor, los dones del Espíritu producen en nuestra vida doce frutos, que son la obra del Espíritu en nuestra vida. Estos doce frutos, según la Tradición de la Iglesia, son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad (firmeza, perseverancia), bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (cf. Gal 5, 22-23).

La santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida… Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo (cf. FRANCISCO, GE 15, CV 107).

Es también el momento para preguntarnos qué estás haciendo con los carismas, que has recibido del Espíritu Santo, y que los has recibido para ponerlos al servicio de los demás en la Iglesia. Esos carismas no los puedes guardar para ti: no son tuyos. Los has recibido para que fructifiquen en favor de los demás.

¡Anímate! Dios te ama y quiere tu felicidad y te da la vida eterna. Ábrele el corazón para que el Espíritu Santo vaya realizando en ti la obra de la santidad.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Jn 18, 33b-37. “Tú lo dices: soy rey”. Celebramos la solemnidad de Jesucristo, rey del Universo. La palabra nos recuerda el diálogo entre Pilato y Jesús dentro de la Pasión. Los dirigentes políticos veían en Jesús una amenaza. Lo consideran un subversivo que quería acabar con el orden establecido. Jesús, por el contrario, nos recuerda que su reino no es de este mundo. Es el reino de Dios que Él ha predicado con parábolas, que ha anunciado ya cerca y que ha encarnado en su persona. No es un reino político, sino un reino que busca la transformación de la realidad por el amor, por el perdón incondicional, por la compasión como actitud ante el prójimo. No se trata de poder, pues Jesús podría haber luchado para evitar su detención. Pero Él sabe que esto forma parte de la voluntad de Dios y es necesario para la salvación de la humanidad.

3 de noviembre. Domingo XXXI Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del Libro del Deuteronomio 6, 2-6

Moisés habló al pueblo diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observa todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».

Salmo

Sal. 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab
R: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.

Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 7, 23-28

Hermanos:
Ha habido multitud de sacerdotes de la anterior Alianza, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

comentario del domingo

ESCUCHA ISRAEL

por Jaime Sancho Andreu

(31º Domingo ordinario -B-, 3 – Noviembre- 2024)

Jesús en Jerusalén

La lectura dominical del Evangelio pasa por alto la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, así como los episodios de la higuera estéril y la purificación del Templo. Después de todo esto el Señor se pone a enseñar por última vez en público, concluyendo su programa dirigido a la revelación del Reino de Dios. Dentro de esta enseñanza está la respuesta que da a un escriba acerca del principal mandamiento de Dios. Como siempre, la contestación de Jesús no se para en el simple enunciado, sino que se abre a nuevas y más amplias realidades.

Nos puede parecer una pregunta inútil, pero es que, en tiempos de Jesús, se discutía este tema, pues había una escuela rabínica que defendía que el primer mandamiento era guardar el descanso sabático, ya que era una ley que instituyó y observó el mismo Dios, que descansó en el séptimo día de la creación (Gen 2,2-3).

El primer mandamiento

El Shemá Jisrael, ¡Escucha, Israel!, o sea, Deut 6, 4-5, al cual se añadieron Deut 6, 6-9: 11, 13-21 y Num 15, 37-41, todavía hoy es proclamado al menos tres veces al día por los hebreos fieles. Jesús era un buen hebreo, también él recitaba el Shemá, y lo cita al escriba que lo recita asimismo, y juntos lo revisan como regla de vida. Ante todo, ¡Escucha, Israel! El hecho revelado: El Señor nuestro Dios es el único Señor, aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3, 14). Aquí está contenida toda la revelación divina. Este es el fundamento inamovible de la fe otorgada al pueblo de Israel como Vida divina, y esto es para Jesús el centro de su existencia; y por eso quiere que lo sea también de la nuestra.

Continuando la cita del Deuteronomio, Jesús recita el primer mandamiento, el del amor hacia Dios, amor total, sin reservas, amor que transforma la existencia del creyente. Con esto la respuesta habría acabado, pero sólo ha comenzado. El Señor continúa citando el segundo mandamiento (Levítico 19, 18), el amor al prójimo; un sentimiento que lleva asimismo a la transformación de la vida propia y la de los hermanos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; y añade la conclusión: No hay mandamiento mayor que éstos.

No debe sorprendernos que el escriba estuviese de acuerdo con Jesús; éste ha citado los principales textos de Moisés; y además, añade que el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los actos de culto sin caridad. Esta reflexión proviene de los libros históricos (1 Samuel 15, 22) y de los profetas (Oseas 6, 6). Por ello, como el escriba respondió como sabio, cercano al conocimiento del Reino de Dios, Jesús lo alabó. Después nadie hace más preguntas. El ministerio público de la doctrina del Reino está terminando; lo mismo que nuestra lectura del Evangelio de Marcos en este año B.

Y ¿Ya está todo?

¿Ya no hay más que decir? Los maestros de Jerusalén se quedan tranquilos. Al fin y al cabo, Jesús es un buen rabino que enseña lo mismo que los mejores de entre ellos.

Ciertamente, Jesús llevó a plenitud la ley, pero no fue sólo porque fuera a los esencial y más personal de los mandamientos, sino porque se ofreció a sí mismo como el modelo ejemplar de obediencia a Dios, hasta la muerte.

Y más aún, Jesús nos invita a imitarlo viviendo su misma vida y su misma muerte. Gracias a esta vida en Cristo podemos hacer de nuestra existencia un sacerdocio y un culto radicalmente superior al del Antiguo Testamento. Como ha proclamado la Carta a los Hebreos.   

También en nuestro tiempo hay muchas opiniones y voces que nos llevan a pensar que Jesús es solamente un mensajero de paz y amor, y su Evangelio una utopía preciosa, pero poco real.

El Señor ya ha llegado a Jerusalén, y lo que ocurra allí en los pocos d´´ias siguientes, dará sentido a toda su vida. También a la nuestra.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Deuteronomio 6, 2-6 y Marcos 12, 28b-34: Después de entrar triunfalmente en Jerusalén, Jesús se vio envuelto en controversias con los sacerdotes y los fariseos que deseaban encontrar motivos para acusarlo; pero no pudieron contradecir la pureza de su doctrina sobre el amor a Dios y al prójimo, apoyada en las palabras de Moisés en la plegaria “Escucha, Israel” que los judíos recitan en la oración de la mañana. Jesús no anuló las antiguas Escrituras, sino que les dio un sentido más espiritual y universal.

Segunda lectura. Hebreos 7, 23-28: Jesucristo supera a los sacerdotes del Antiguo Testamento en que permanece para siempre, es único y supremo como su sacrificio, que no se repite más, sino que se va actualizando en la eucaristía.

 

Otro comentario al evangelio

Domingo, 19 de mayo de 2024

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1Co 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con una ley escrita por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia recibe el don del Espíritu Santo, el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas (cf. Benedicto XVI, Mens. JMJ 2008). El Espíritu Santo se nos da para nuestra santificación: para que vivamos identificados totalmente con Cristo y, para que, permaneciendo en Él, podamos dar fruto abundante.

El Espíritu Santo nos da sus dones para sostener y animar nuestra vida cristiana, nuestro camino de santidad. Estos dones son actitudes interiores permanentes que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu. Estos siete dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Son dones que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, sino que los recibimos gratuitamente en nuestro bautismo: la gracia santificante nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones (cf. Catecismo 1266.).

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a vivir según el Espíritu y no según la carne, es decir: te invita a acoger en tu corazón esos dones del Espíritu y a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

Si aceptamos en nuestro corazón estos siete dones, y vivimos animados por el impulso del Espíritu siguiendo a Jesucristo como único Maestro y único Señor, los dones del Espíritu producen en nuestra vida doce frutos, que son la obra del Espíritu en nuestra vida. Estos doce frutos, según la Tradición de la Iglesia, son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad (firmeza, perseverancia), bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (cf. Gal 5, 22-23).

La santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida… Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo (cf. FRANCISCO, GE 15, CV 107).

Es también el momento para preguntarnos qué estás haciendo con los carismas, que has recibido del Espíritu Santo, y que los has recibido para ponerlos al servicio de los demás en la Iglesia. Esos carismas no los puedes guardar para ti: no son tuyos. Los has recibido para que fructifiquen en favor de los demás.

¡Anímate! Dios te ama y quiere tu felicidad y te da la vida eterna. Ábrele el corazón para que el Espíritu Santo vaya realizando en ti la obra de la santidad.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mc 12, 28b-34. “Escucha… Amarás…”. Aquel escriba que se acercó a Jesús tenía buena intención, quería conocer la enseñanza de Jesús. Va a lo fundamental, al primero de los mandamientos. Jesús responde como buen judío. Lo primero es escuchar a Dios y reconocer su voluntad. De esa escucha se deduce el amor. Escuchamos para amar. Y se trata de un amor totalizante que llega desde Dios a los hermanos. No es posible amar solo a Dios. Tampoco es amor verdadero el amor al hermano, que no está purificado en el crisol del amor de Dios. Dios es uno y nuestro amor tiene que ser también único. Con el mismo amor amamos a Dios y a las personas que tenemos a nuestro lado. Nuestra religión se basa en este amor. De nada sirven sacrificios ni holocaustos, de nada sirven actitudes religiosas vacías. Solo el amor hace que el reino de Dios se haga ya presente entre nosotros.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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