LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 18 de noviembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 35-43

Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:

Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno».
Entonces empezó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».
Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
«Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
«¿Qué quieres que haga por ti?».
Él dijo:
«Señor, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».
Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Martes, 19 de noviembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús…

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Miércoles, 20 de noviembre de 2024
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 11-28

En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.

En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negociad mientras vuelvo”.
Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo:
“No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”.
Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”.
A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes:
“Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron:
“Señor, ya tiene diez minas”.
Os digo: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Jueves, 21 de noviembre de 2024
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

Viernes, 22 de noviembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 45-48

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:
«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».
Todos los días enseñaba en el templo.
Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Sábado, 23 de noviembre de 2024
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-40

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano». Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».
Intervinieron unos escribas:
«Bien dicho, Maestro».
Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.

Comentario al evangelio

Jueves, 21 de noviembre de 2024

La Presentación de la Virgen María

Lecturas:

Ap 5, 1-10. El Cordero fue degollado y con su sangre nos ha comprado de toda nación.

Sal 149, 1-9. Nos hiciste para nuestro Dios reyes y sacerdotes.

Lc 19,41-44. ¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos muestra como Jesús llora por Jerusalén: porque no reconociste el tiempo de tu visita. Jesús llora ante la ciudad santa que le rechaza y, así, rechaza la salvación.

Este es misterio y el drama del amor fiel de Dios en la persona de Jesús, que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (cf. Jn 1,11).

Esta actitud de hostilidad, de ambigüedad o de superficialidad representa la de todo hombre y del mundo, cuando se cierra al misterio del Dios verdadero, que sale a nuestro encuentro.

El Dios de la misericordia y de la fidelidad nos pide que nos convirtamos, que abandonemos las obras malas y que recorramos con decisión el camino del bien.
En este sentido, Jerusalén podemos ser cualquiera de nosotros.

Por eso, hemos cantado en el Aleluya: No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor. Porque la salvación de Dios pasa por nuestro lado y muchas veces no nos damos cuenta.

La gran tentación es quedarnos en simples curiosos o simpatizantes que no acabamos de creer en Jesús.

Podemos hacernos los “sordos”. No querer escuchar la voz de Dios que nos habla a través de su Palabra, escuchada en comunión con la Iglesia.

La conversión es fiarse de Dios, fiarse de su Palabra y dejar que su Palabra vaya iluminando y cambiando tu vida; es dejar que Jesucristo sea Señor de tu vida, ¡de toda tu vida! Que no haya ningún rincón de corazón, ninguna “parcela” de la que Jesucristo no sea el Señor.

Convertirse es vivir no con los criterios del mundo, sujetos al vaivén de las modas o los impulsos de tus pasiones; sino vivir con los mismos sentimientos y actitudes que Cristo Jesús, obedeciendo a la voluntad de Dios Padre (cf. Flp 2, 5-11).

¿A quién “obedeces” cada día? ¿A ti mismo? ¿Al mundo? ¿A la gente? Sólo de Dios viene la vida, sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna.

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al Evangelio

Lc 19, 41-44. “No reconociste el tiempo de tu visita”. Es emocionante contemplar las lágrimas de Jesús. El Señor tiene un corazón que se conmueve ante la visión de la ciudad de Jerusalén. Se entristece por la destrucción que va a sobrevenir y también por la dureza de corazón de sus dirigentes. Sus ojos no reconocen el camino que conduce a la paz y sus enemigos la rodearán. La destrucción va a ser total. Las palabras de Jesús también son una enseñanza para nosotros. Podemos hacer fracasar nuestras propias vidas, destruir nuestros proyectos si no somos capaces de poner nuestra mirada en Jesús y seguir sus pasos que nos conducen a la paz. Pidamos al Señor que nos conceda la docilidad y obediencia para realizar el plan de Dios y no ponerlo en peligro por nuestra ceguera y visión interesada.

17 de noviembre. Domingo XXXIII Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del Profeta Daniel 12, 1-3

Por aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que se ocupa de los hijos de tu pueblo; serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo: todos los que se encuentran inscritos en el libro.
Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: unos para vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua.
Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

Salmo

Sal. 15, 5 y 8. 9-10. 11
R: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 11-14. 18

Todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados.
Pero Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies.
Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados.
Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados.

Evangelio del domingo

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».

comentario

LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

por Jaime Sancho Andreu

(33º Domingo ordinario -B-, 17 de noviembre de 2024)

El último discurso de Jesús en Jerusalén.

Estamos en el último domingo del Tiempo Ordinario antes de la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Llegamos al último discurso de Jesús antes de la Pasión, y el Señor mira con tristeza a la ingrata ciudad de Jerusalén, vaticina su cercana destrucción – tal como ocurrió casi cuarenta años después – y anuncia el comienzo de una nueva era con su venida gloriosa tras su resurrección. Las palabras de Jesús se acomodan a las visiones de los antiguos profetas, como las profecías apocalípticas de Daniel (Primera lectura). En el horizonte queda asimismo el final de este mundo, en un tiempo que sólo conoce el Padre. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán (Mc 13, 31). La palabra de Dios permanecerá para siempre, no como la creación, siempre móvil y pasajera.

Un mundo, el del Antiguo Testamento, termina, y va a comenzar el tiempo de la Iglesia; del mismo modo el cosmos creado tendrá que terminar para que comiencen los nuevos cielos y la nueva tierra del Reino de Dios. La Iglesia no es una creación humana, es obra de Dios como lo fue el comienzo de este mundo, de su tiempo y de su historia.     

El Señor viene a su Iglesia.

La primera generación cristiana vivió el drama de la humanidad, concentrado en el drama divino de la Pasión, con la Venida del Resucitado que inaugura el banquete del Reino y el tiempo de la salvación. Una parte de la comunidad antigua leía el “discurso final” y otros textos semejantes del Nuevo testamento en el sentido de esperar “ahora” el fin del mundo, tendencia que permanece todavía tristemente en las sectas que enloquecen el cristianismo contemporáneo.

Sin embargo, la Gran Iglesia, que conservaba la tradición apostólica pura, no hacía una lectura “fundamentalista”, al pie de la letra, como hacen las sectas, sino que sabía muy bien que los sacramentos celebrados realizan para nosotros “aquí y ahora” la tremenda Palabra de la Venida de Cristo con el poder y la gloria del Espíritu.

Esto es así porque el sacrificio personal de Cristo tiene validez universal y se ofreció con la unicidad e irreversibilidad de la muerte. Ahora se va aplicando en el tiempo en favor de los que se arrepienten y “van siendo consagrados” al hacerse cristianos (cf. Hb 10, 14; Segunda lectura).

La Iglesia ante su futuro definitivo

Los padres del Concilio Vaticano II declararon solemnemente cuál es la condición de la Iglesia en la historia del mundo:

“La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo (cf. Ef 1, 10; Col 1,20; 2P 3, 10-13).

Porque Cristo, levantado sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos (cf. Jn 12, 32 gr.); habiendo resucitado de entre los muertos (Rm 6, 9), envió sobre los discípulos a su Espíritu vivificador, y por El hizo a su Cuerpo, que es la Iglesia, sacramento universal de salvación; estando sentado a la derecha del Padre, actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a la Iglesia y, por medio de ella, unirlos a sí más estrechamente y para hacerlos partícipes de su vida gloriosa alimentándolos con su cuerpo y sangre.

Así que la restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada con la misión del Espíritu Santo y por El continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos encomendó en el mundo y labramos nuestra salvación (cf. Flp 2, 12).

La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, a nosotros (cf. 1 Co 10, 11), y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y en cierta manera se anticipa realmente en este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta.

Pero mientras no lleguen los cielos nuevos y la tierra nueva, donde mora la justicia (cf. 2P 3, 13), la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las criaturas, que gimen con dolores de parto al presente en espera de la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 19-22)” (Const. Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, 48).

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Daniel 12, 1-3 y Marcos 13, 24-32: La profecía de Daniel es un texto clásico de la literatura apocalíptica del Antiguo Testamento, que unía la venida del Mesías con el fin de los tiempos y con la resurrección de los muertos. Utilizando la misma forma de expresión, Jesús anuncia su próxima muerte en la doble perspectiva de la destrucción de Jerusalén, que iba a suceder pronto, y el fin del mundo, cuyo día y hora sólo lo sabe el Padre.

Segunda lectura. Hebreos 10, 11-14.18: El sacrificio personal de Cristo tiene validez universal y se ofreció con la unicidad e irreversibilidad de la muerte. Ahora se va aplicando en el tiempo en favor de los que se arrepienten y “van siendo consagrados” al hacerse cristianos.

Otro comentario al evangelio

Sábado, 29 de junio de 2024

San Pedro y San Pablo

Lecturas:

Hch 12, 1-11. El Señor ha enviado a su ángel para librarme.

Sal 33, 2-9. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios.

2 Tm 4, 6-8.17-18. He corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Mt 16, 13-19. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.

La fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Es una fiesta de la catolicidad.

Son las columnas de la Iglesia. Ellos han transmitido la fe y sobre ellos se edifica la Iglesia. Fueron elegidos por el Señor para ser testigos de la Buena Noticia.

Siendo débiles y pecadores fueron elegidos por Dios para que en su debilidad se manifestara la fuerza y la grandeza de Dios. Ellos hicieron de Jesucristo, el Señor de su vida, el centro de su existencia, la razón y la fuerza para vivir.

En el Evangelio escuchamos cómo Jesús dirige a sus discípulos la pregunta del millón, que no es ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, sino Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esta es la pregunta clave también para ti, hoy. En la respuesta que des a esta pregunta te va la vida.

¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué pinta Jesucristo en tu vida? ¿Quién es el Señor de tu vida? ¿Quién dirige tu vida? ¿A quién le preguntas cómo tienes que vivir cada día?

San Pedro y San Pablo pudieron, por el don del Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3), confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, o Para mí la vida es Cristo (cf. Flp 1, 21).

Jesucristo elige, de entre todos los apóstoles, a Pedro como cabeza de la Iglesia. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia, y se continúa por los obispos bajo el primado del Papa (cf. Catecismo 881). El Papa ha sido puesto por Jesucristo para enseñar, santificar y gobernar la Iglesia.

El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús.

La memoria de San Pedro nos invita a confesar que Jesús es el Señor, a tenerle a Él como único Maestro, a permanecer siempre fieles a las enseñanzas de Jesucristo que vive en su cuerpo, que es la Iglesia.

La memoria de San Pablo nos invita a la nueva evangelización, a ser apóstoles, a no tener miedo de dar la cara por Cristo, porque sé de quién me he fiado y que tiene poder para asegurar hasta el final el encargo que me dio (cf 2 Tim 1, 12s).

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Haz llover, para que crezca en mí la fe y el amor a Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mc 13, 24-32. “El cielo y la tierra pasarán”. Escuchamos hoy unas palabras del discurso apocalíptico de Jesús, que nos invitan a mirar hacia el final de los tiempos. Aunque la representación es con unos signos amenazantes, el Señor quiere que tengamos esperanza y confiemos en que su venida final será para acabar definitivamente con el mal y completar nuestra salvación. Jesús quiere que afinemos nuestra percepción de la realidad. Igual que la naturaleza nos da signos de la evolución, del progreso hacia la obtención de frutos, también nosotros hemos de reconocer los signos que nos hablan de la presencia de Jesús y de su venida. Esto sucede en cada generación, porque todos estamos llamados a vivir y preparar nuestro propio final. Por eso hemos de acogernos a las realidades que no pasan, que están ancladas en Dios, como su propia palabra.

24 de noviembre. Domingo XXXIV Tiempo Ordinario
Año Litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del Profeta Daniel 7, 13-14

Seguí mirando. Y en mi visión nocturna
vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará.
Su reino no acabará.

Salmo

Sal. 92, 1ab. 1c-2. 5
R: El Señor reina, vestido de majestad.

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.

Segunda lectura

Lectura del Libro del Apocalipsis 1, 5-8

Jesucristo es el testigo fiel,
el primogénito de entre los muertos,
el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama,
y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre,
y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí, amén.
Dice el Señor Dios:
«Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso».

Evangelio del domingo

Lectura del santo Evangelio según san Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús:
«¿Eres tú el rey de los judíos?».
Jesús le contestó:
«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
Pilato replicó:
«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
Jesús le contestó:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
Pilato le dijo:
«Entonces, ¿tú eres rey?».
Jesús le contestó:
«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

comentario del domingo

MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO

por Jaime Sancho Andreu

(34º Domingo ordinario -B-, 24 – Noviembre – 2024)

El sentido y la historia de la solemnidad de “Cristo Rey del universo”

El ciclo litúrgico se cierra del mismo modo como se abrió en el Adviento, con la visión grandiosa del Señor resucitado, en la gloria de su realeza, que manifiesta la única soberanía del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de la Trinidad todopoderosa que se hizo visible en la humanidad resucitada del Hijo de Dios. Todo el año litúrgico celebra esta realidad sobrenatural, que está en el origen del mundo y fundamenta el consuelo y la esperanza de los hombres.

Cuando el papa Pío XI instituyó esta fiesta en el año 1925 mediante la encíclica “Quas primas”, tenía ante sí varias realidades socio-políticas cuya influencia disolvente para la fe cristiana quería mostrar a los fieles, animándoles a superarlas mediante el mensaje que entrañaba la recién creada fiesta de “Cristo Rey”. Por una parte, el liberalismo indiferente a la moral cristiana y, por otra, los nacientes totalitarismos comunistas y fascistas que llevaban a una divinización del Estado. Si bien en aquel momento esta fiesta parecía pretender una supremacía de la religión, en realidad se trataba de hacer valer los grandes principios de la dignidad de la persona  y del derecho, basados en Dios y en Jesucristo como Redentor del mundo. Como lo ha demostrado la experiencia de la historia, el mensaje de esta fiesta sigue vigente en sumo grado.

Hoy en día, aunque permanecen o renacen estas tendencias, se acentúa la sensación de independencia del mundo en su propia suficiencia, a pesar de las pruebas que estamos padeciendo.

Las pruebas están en la incapacidad para evitar las guerras, llegar a una eliminación de la pobreza y la moderación del cambio climático.

Después del Vaticano II, esta fiesta -situada al final del año litúrgico – expresa ante todo el sentido de consumación del plan de Dios en la historia y en el mundo.

Jesucristo, único Señor.

En la celebración de la Palabra de este año B, destacan en primer lugar las vibrantes aclamaciones de la liturgia celeste proclamadas en el Apocalipsis (2ª Lectura). En este himno se declara el cumplimiento de la profecía de Daniel acerca del Hijo del Hombre (1ª Lectura); éste es Jesús, que en su naturaleza humana comenzó su reinado al resucitar de entre los muertos. Al entrar en el cielo y expiar con su sangre el pecado del mundo, Jesús ofrece a todos los hombres la posibilidad de ser ciudadanos de su reino, al tiempo que recibe del Padre el título que era exclusivo de Dios: El que es, el Señor, el Todopoderoso; Con el Salmo responsorial, asumimos el sacerdocio comunitario de los fieles para cantar, unidos a la liturgia celeste: El Señor reina, vestido de majestad.

En el Evangelio, Jesús afirma su realeza ante Pilato, pero su reino no es de este mundo. Un reino humano habría sublevado a los que se oponían al yugo romano. ¿A quienes convoca Jesús? A los que son de la verdad y escuchan su voz (Jn 18, 37). Ser de la verdad es formar parte de los que adoran al Padre en el Espíritu y en la verdad (Jn 4, 23), es decir, en la realidad y autenticidad del Nuevo Testamento, que escuchan la Palabra definitiva que es Jesús, la voz del Padre.

La diferencia está entre los que escuchan, aceptan y obedecen la voz que muestra la Palabra que es el Hijo de Dios. Está comenzando el reinado de la Verdad, que se está realizando desde la eternidad en Dios. Una verdad que es la fidelidad de Dios a su voluntad salvadora y que tendrá su momento culminante en la cruz, en el Espíritu que es sangre y agua, manantial de los sacramentos que Jesús entrega a su esposa la Iglesia, nacida de su costado como una nueva Eva y madre de los creyentes que formarán la nueva humanidad. Así comienza el reinado pacífico de Cristo, que alcanzará su culmen en la Parusía: Yo soy el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso (Ap 1, 8).

La “dictadura del relativismo”

En el relato de la pasión según san Juan, el texto que hoy se lee termina con la exclamación de Pilato: Y ¿qué es la verdad? (Jn 18, 38). Es la respuesta de los escépticos de todos los tiempos, que ahora, bajo la fórmula de que “todo es relativo” e igualmente respetable, vuelven la espalda ante el testimonio de Jesús y cierran sus inteligencias a la posibilidad de una revelación y una verdad definitivas, que orienten la búsqueda de las verdades, los conocimientos y las decisiones necesarias para avanzar en la vida y la sociedad. Es una toma de posición muy generalizada que excluye a los que creen en una verdad definitiva, aunque nunca completamente comprendida, porque es de Dios, y desean comunicarla  a los demás.

El valor de las demás religiones

También nuestro tiempo ha querido igualar el valor de todas las religiones, de modo que Cristo sería indudablemente una gran y extraordinaria figura, pero en él aparecería un mensaje semejante y una divinidad difusa que también se habría manifestado en otros “profetas” o “guías espirituales”. Por ello, decir: Jesús es el Rey del universo, el Señor de la historia, el Maestro y Salvador de toda la humanidad, es un reto y una crisis en medio de nuestro mundo.

Como enseña la Iglesia, «lo bueno de las otras religiones tiene que ser sanado, elevado y perfeccionado», según los textos del Concilio. Cristo es el autor de todo lo bueno, de todo lo que hay de verdad y de gracia en todos los pueblos y culturas, pero que no llega a su plenitud como en la Iglesia.

El respeto y el aprecio por las grandes tradiciones religiosas de la humanidad es un deber, pero no puede oscurecer la única mediación salvífica de Cristo… las semillas del Verbo no son el Verbo en su integridad, ni los rayos de la luz son la Luz del mundo. Estas semillas están presentes en las religiones, y están siempre referidas a Cristo.

Aunque ayuden positivamente a sus miembros, las religiones no son, como tales, camino de salvación. Esto puede parecer una pretensión excluyente y arrogante, pero los cristianos lo viven como un puro don: la fe en Cristo Señor. Y con la humildad confiada de quienes nos han precedido en la fe, seguimos predicando al Crucificado como aquél a quien Dios ha constituido Señor y Salvador de todos, juez de vivos y muertos. Poca arrogancia cabe ante el escándalo de la cruz, y si se da entre los cristianos, sólo puede deberse a la perversión y enfriamiento de su fe.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Daniel 7, 13-14 y Juan 18, 33b-37: La visión del Hijo del Hombre como imagen del Rey Mesías, que era propia del libro de Daniel, fue aplicada por Jesús a sí mismo repetidas veces; pero, ante Pilato, el Señor declaró el carácter espiritual de su reinado de justicia, amor y paz; sus súbditos son los partidarios de la verdad y escuchan su voz.

Segunda lectura. Apocalipsis 1, 5-8: El libro del Apocalipsis proclama la gloria celestial del Hijo del Hombre, “el primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra”, el Señor de la historia porque se nos revela como “el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso”.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 19 de mayo de 2024

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1Co 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con una ley escrita por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia recibe el don del Espíritu Santo, el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas (cf. Benedicto XVI, Mens. JMJ 2008). El Espíritu Santo se nos da para nuestra santificación: para que vivamos identificados totalmente con Cristo y, para que, permaneciendo en Él, podamos dar fruto abundante.

El Espíritu Santo nos da sus dones para sostener y animar nuestra vida cristiana, nuestro camino de santidad. Estos dones son actitudes interiores permanentes que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu. Estos siete dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Son dones que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, sino que los recibimos gratuitamente en nuestro bautismo: la gracia santificante nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones (cf. Catecismo 1266.).

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a vivir según el Espíritu y no según la carne, es decir: te invita a acoger en tu corazón esos dones del Espíritu y a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

Si aceptamos en nuestro corazón estos siete dones, y vivimos animados por el impulso del Espíritu siguiendo a Jesucristo como único Maestro y único Señor, los dones del Espíritu producen en nuestra vida doce frutos, que son la obra del Espíritu en nuestra vida. Estos doce frutos, según la Tradición de la Iglesia, son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad (firmeza, perseverancia), bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (cf. Gal 5, 22-23).

La santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida… Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo (cf. FRANCISCO, GE 15, CV 107).

Es también el momento para preguntarnos qué estás haciendo con los carismas, que has recibido del Espíritu Santo, y que los has recibido para ponerlos al servicio de los demás en la Iglesia. Esos carismas no los puedes guardar para ti: no son tuyos. Los has recibido para que fructifiquen en favor de los demás.

¡Anímate! Dios te ama y quiere tu felicidad y te da la vida eterna. Ábrele el corazón para que el Espíritu Santo vaya realizando en ti la obra de la santidad.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mc 12, 38-44. “Echó dos monedillas”. Jesús nos advierte contra la apariencia, la ostentación, la superficialidad. Es lo que hacían algunos judíos, que les encantaba pasearse por el templo para ser saludados con reverencia. Pero luego sus vidas no se correspondían con esa presencia. Actuaban con egoísmo y buscaban su propio interés. También actúan así los ricos, que echaban fuertes sumas en el tesoro del templo. Frente a ellos, el Señor nos invita a poner nuestra atención en una pobre viuda. Sin duda pasó desapercibida a la mirada de los discípulos, pero Jesús descubrió que su humilde ofrenda era de un valor superior a la de los demás. Ella ha echado todo lo que tenía para vivir, mientras que los demás echan de lo que les sobra. La mujer nos da una lección de generosidad y de confianza absoluta en la providencia divina. Vivámosla también nosotros.

3 de noviembre. Domingo XXXI Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del Libro del Deuteronomio 6, 2-6

Moisés habló al pueblo diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observa todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».

Salmo

Sal. 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab
R: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.

Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 7, 23-28

Hermanos:
Ha habido multitud de sacerdotes de la anterior Alianza, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

comentario del domingo

ESCUCHA ISRAEL

por Jaime Sancho Andreu

(31º Domingo ordinario -B-, 3 – Noviembre- 2024)

Jesús en Jerusalén

La lectura dominical del Evangelio pasa por alto la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, así como los episodios de la higuera estéril y la purificación del Templo. Después de todo esto el Señor se pone a enseñar por última vez en público, concluyendo su programa dirigido a la revelación del Reino de Dios. Dentro de esta enseñanza está la respuesta que da a un escriba acerca del principal mandamiento de Dios. Como siempre, la contestación de Jesús no se para en el simple enunciado, sino que se abre a nuevas y más amplias realidades.

Nos puede parecer una pregunta inútil, pero es que, en tiempos de Jesús, se discutía este tema, pues había una escuela rabínica que defendía que el primer mandamiento era guardar el descanso sabático, ya que era una ley que instituyó y observó el mismo Dios, que descansó en el séptimo día de la creación (Gen 2,2-3).

El primer mandamiento

El Shemá Jisrael, ¡Escucha, Israel!, o sea, Deut 6, 4-5, al cual se añadieron Deut 6, 6-9: 11, 13-21 y Num 15, 37-41, todavía hoy es proclamado al menos tres veces al día por los hebreos fieles. Jesús era un buen hebreo, también él recitaba el Shemá, y lo cita al escriba que lo recita asimismo, y juntos lo revisan como regla de vida. Ante todo, ¡Escucha, Israel! El hecho revelado: El Señor nuestro Dios es el único Señor, aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3, 14). Aquí está contenida toda la revelación divina. Este es el fundamento inamovible de la fe otorgada al pueblo de Israel como Vida divina, y esto es para Jesús el centro de su existencia; y por eso quiere que lo sea también de la nuestra.

Continuando la cita del Deuteronomio, Jesús recita el primer mandamiento, el del amor hacia Dios, amor total, sin reservas, amor que transforma la existencia del creyente. Con esto la respuesta habría acabado, pero sólo ha comenzado. El Señor continúa citando el segundo mandamiento (Levítico 19, 18), el amor al prójimo; un sentimiento que lleva asimismo a la transformación de la vida propia y la de los hermanos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; y añade la conclusión: No hay mandamiento mayor que éstos.

No debe sorprendernos que el escriba estuviese de acuerdo con Jesús; éste ha citado los principales textos de Moisés; y además, añade que el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los actos de culto sin caridad. Esta reflexión proviene de los libros históricos (1 Samuel 15, 22) y de los profetas (Oseas 6, 6). Por ello, como el escriba respondió como sabio, cercano al conocimiento del Reino de Dios, Jesús lo alabó. Después nadie hace más preguntas. El ministerio público de la doctrina del Reino está terminando; lo mismo que nuestra lectura del Evangelio de Marcos en este año B.

Y ¿Ya está todo?

¿Ya no hay más que decir? Los maestros de Jerusalén se quedan tranquilos. Al fin y al cabo, Jesús es un buen rabino que enseña lo mismo que los mejores de entre ellos.

Ciertamente, Jesús llevó a plenitud la ley, pero no fue sólo porque fuera a los esencial y más personal de los mandamientos, sino porque se ofreció a sí mismo como el modelo ejemplar de obediencia a Dios, hasta la muerte.

Y más aún, Jesús nos invita a imitarlo viviendo su misma vida y su misma muerte. Gracias a esta vida en Cristo podemos hacer de nuestra existencia un sacerdocio y un culto radicalmente superior al del Antiguo Testamento. Como ha proclamado la Carta a los Hebreos.   

También en nuestro tiempo hay muchas opiniones y voces que nos llevan a pensar que Jesús es solamente un mensajero de paz y amor, y su Evangelio una utopía preciosa, pero poco real.

El Señor ya ha llegado a Jerusalén, y lo que ocurra allí en los pocos d´´ias siguientes, dará sentido a toda su vida. También a la nuestra.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Deuteronomio 6, 2-6 y Marcos 12, 28b-34: Después de entrar triunfalmente en Jerusalén, Jesús se vio envuelto en controversias con los sacerdotes y los fariseos que deseaban encontrar motivos para acusarlo; pero no pudieron contradecir la pureza de su doctrina sobre el amor a Dios y al prójimo, apoyada en las palabras de Moisés en la plegaria “Escucha, Israel” que los judíos recitan en la oración de la mañana. Jesús no anuló las antiguas Escrituras, sino que les dio un sentido más espiritual y universal.

Segunda lectura. Hebreos 7, 23-28: Jesucristo supera a los sacerdotes del Antiguo Testamento en que permanece para siempre, es único y supremo como su sacrificio, que no se repite más, sino que se va actualizando en la eucaristía.

 

Otro comentario al evangelio

Domingo, 19 de mayo de 2024

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1Co 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con una ley escrita por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia recibe el don del Espíritu Santo, el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas (cf. Benedicto XVI, Mens. JMJ 2008). El Espíritu Santo se nos da para nuestra santificación: para que vivamos identificados totalmente con Cristo y, para que, permaneciendo en Él, podamos dar fruto abundante.

El Espíritu Santo nos da sus dones para sostener y animar nuestra vida cristiana, nuestro camino de santidad. Estos dones son actitudes interiores permanentes que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu. Estos siete dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Son dones que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, sino que los recibimos gratuitamente en nuestro bautismo: la gracia santificante nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones (cf. Catecismo 1266.).

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a vivir según el Espíritu y no según la carne, es decir: te invita a acoger en tu corazón esos dones del Espíritu y a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

Si aceptamos en nuestro corazón estos siete dones, y vivimos animados por el impulso del Espíritu siguiendo a Jesucristo como único Maestro y único Señor, los dones del Espíritu producen en nuestra vida doce frutos, que son la obra del Espíritu en nuestra vida. Estos doce frutos, según la Tradición de la Iglesia, son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad (firmeza, perseverancia), bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (cf. Gal 5, 22-23).

La santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida… Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo (cf. FRANCISCO, GE 15, CV 107).

Es también el momento para preguntarnos qué estás haciendo con los carismas, que has recibido del Espíritu Santo, y que los has recibido para ponerlos al servicio de los demás en la Iglesia. Esos carismas no los puedes guardar para ti: no son tuyos. Los has recibido para que fructifiquen en favor de los demás.

¡Anímate! Dios te ama y quiere tu felicidad y te da la vida eterna. Ábrele el corazón para que el Espíritu Santo vaya realizando en ti la obra de la santidad.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mc 12, 28b-34. “Escucha… Amarás…”. Aquel escriba que se acercó a Jesús tenía buena intención, quería conocer la enseñanza de Jesús. Va a lo fundamental, al primero de los mandamientos. Jesús responde como buen judío. Lo primero es escuchar a Dios y reconocer su voluntad. De esa escucha se deduce el amor. Escuchamos para amar. Y se trata de un amor totalizante que llega desde Dios a los hermanos. No es posible amar solo a Dios. Tampoco es amor verdadero el amor al hermano, que no está purificado en el crisol del amor de Dios. Dios es uno y nuestro amor tiene que ser también único. Con el mismo amor amamos a Dios y a las personas que tenemos a nuestro lado. Nuestra religión se basa en este amor. De nada sirven sacrificios ni holocaustos, de nada sirven actitudes religiosas vacías. Solo el amor hace que el reino de Dios se haga ya presente entre nosotros.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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