EL NACIMIENTO DEL SALVADOR
por Jaime Sancho Andreu
(Solemnidad de la Natividad del Señor, 25- Diciembre – 2024)
El Misal Romano contiene cuatro formularios para la solemnidad de Navidad:
Misa vespertina de la vigilia
El 24 por la tarde, con un mensaje que sitúa a los participantes en esta celebración en un ambiente intermedio entre el final del Adviento y el pórtico de la Navidad: «Mañana quedará borrada la maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo«, «Mañana contemplaréis su gloria» (Canto de entrada y Aleluya). La lectura más significativa de esta Misa es la del principio del Evangelio de san Mateo que trae la genealogía de Jesús desde Abrahán hasta José, «el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo«. Sigue luego la narración (propia también del domingo IV de Adviento) de la anunciación a José y, de forma muy breve, del nacimiento de Jesús; todo ello quiere demostrar que Jesús es por una parte de la estirpe regia de David, por parte de José, e Hijo de Dios gracias a su generación y nacimiento virginal por medio de María.
El último párrafo de la homilía del papa Francisco en la Nochebuena de 2022 nos puede ayudar a “aterrizar” desde el misterio de la Navidad:
“El pesebre nos habla de lo concreto. En efecto, un niño en un pesebre representa una escena que impacta, hasta el punto de ser cruda. Nos recuerda que Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos. Jesús, que nace pobre, vivirá pobre y morirá pobre; no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros. Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma.
Y, por tanto, no se conforma con apariencias. Él, que se hizo carne, no quiere sólo buenos propósitos. Él, que nació en el pesebre, busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad. Él, que se pone al desnudo en el pesebre y se pondrá al desnudo en la cruz, nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías. Él, que fue envuelto con ternura en pañales por María, quiere que nos revistamos de amor. Dios no quiere apariencia, sino cosas concretas. No dejemos pasar esta Navidad, hermanos y hermanas, sin hacer algo de bueno. Ya que es su fiesta, su cumpleaños, hagámosle a Él regalos que le agraden. En Navidad Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido.
Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros, Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén”.
Primera lectura y Evangelio. Isaías 62, 1-5 y Mateo 1, 1-25: El profeta Isaías anuncia la llegada del Salvador, que será la Buena Noticia, en primer lugar, para la tierra de Israel y para el resto de verdaderos creyentes que lo esperaban; entre éstos, el Evangelio nos muestra a José y a María, descendientes de Abrahán y de la familia real israelita, en la tribu de Judá y de David.
Segunda lectura. Hechos de los Apóstoles 13, 16-17.22-25: San Pablo resume el mensaje del Adviento que ahora termina, proclamando a Jesucristo Salvador, de la estirpe de David, esperado por los profetas de Israel y anunciado por Juan el Bautista.
Misa de medianoche
Todo en esta noche nos habla de actualidad, de presencia del acontecimiento salvador de la Navidad. Hoy, esta noche, en efecto, viene Jesús a su Iglesia reunida en asamblea festiva, y llega trayendo todas las gracias de su Nacimiento: el Evangelio de la Gracia, el anuncio de la buena voluntad y la paz de Dios hacia los hombres, la incorporación de éstos a la vida divina, la adopción como hijos por el Espíritu Santo… «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado«, proclama Isaías, «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres«, declara san Pablo. Pero el momento más importante de esta liturgia de la Palabra es el Evangelio de la Natividad: «Hoy os ha nacido un Salvador«, en el que san Lucas describe el escenario del portal de Belén que permanecerá para siempre en la memoria de todos los cristianos.
¿Qué sentido tiene decir, como hace repetidamente la liturgia, que “Hoy nos ha nacido el Salvador?
No es porque se trate de la misma fecha del nacimiento de Jesús, que no conocemos. La elección de este día se hizo en el siglo IV en el Occidente cristiano, mientras que en Oriente se prefirió la fecha del 6 de enero, si bien muy pronto Oriente y Occidente celebraron las dos solemnidades de Navidad y Epifanía.
Hay tres datos que recomendaban el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús en Belén; uno de ellos es la existencia de una fiesta romana en este día llamada “nacimiento del Sol invicto”, porque ahora, en el solsticio de invierno, comienza a alzarse el astro rey sobre el horizonte y se recuerda la frase del cántico de Zacarías que proclama: Nos visitará el Sol que viene de lo alto, para iluminar a los que viven en las tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 78-79).
Otro dato es la celebración de la fiesta judía de la Hannuká el 25 del noveno mes (Kisleu), nuestro diciembre, en conmemoración de la purificación e iluminación del templo por obra de los Macabeos, cuando expulsaron a los paganos de Jerusalén en el siglo II antes de Cristo (1 Mac 4, 59). Los cristianos sabemos que Cristo vino como luz del mundo y que una luz gloriosa brilló en Belén para Israel y todos los pueblos, y también que Jesús es el templo de la nueva alianza.
Por último, está la tradición antiquísima, recogida en el Martirologio Romano, de que Jesús murió el 25 de marzo, lo que hizo pensar en su Concepción en ese día y en su nacimiento nueve meses después, de forma que la noche de Belén es un trasunto de la noche pascual.
Pero más allá de estos datos históricos está la vivencia del “Hoy” litúrgico del “día de la salvación”, cuando Jesucristo viene a nosotros con sus misterios, que se proclaman en la Palabra y se actualizan en el sacramento. Esto es así porque todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1085). En la sagrada liturgia recibimos a Cristo en el Hoy eterno de Dios.
Recordamos ahora las palabras del papa Francisco en la Nochebuena de 2023:
“El censo de toda la tierra, en definitiva, manifiesta, por una parte, la trama demasiado humana que atraviesa la historia: la de un mundo que busca el poder y la fuerza, la fama y la gloria, donde todo se mide con los éxitos y los resultados, con las cifras y los números. Es la obsesión del beneficio. Pero, al mismo tiempo, en el censo se destaca el camino de Jesús, que viene a buscarnos a través de la encarnación. No es el dios del beneficio, sino el Dios de la encarnación. No combate las injusticias desde lo alto con la fuerza, sino desde abajo con el amor; no irrumpe con un poder sin límites, sino que desciende a nuestros límites; no evita nuestras fragilidades, sino que las asume.
Hermanos y hermanas, esta noche podemos preguntarnos: nosotros, ¿en qué Dios creemos? ¿En el Dios de la encarnación o en el del beneficio? Sí, porque existe el riesgo de vivir la Navidad con una idea pagana de Dios, como si fuera un amo poderoso que está en el cielo; un dios que se alía con el poder, con el éxito mundano y con la idolatría del consumismo. Vuelve siempre la imagen falsa de un dios distante e irritable, que se porta bien con los buenos y se enoja con los malos; de un dios hecho a nuestra imagen, útil solamente para resolvernos los problemas y para quitarnos los males. Él, en cambio, no usa la varita mágica, no es el dios comercial del “todo y ahora mismo”; no nos salva pulsando un botón, sino que Él se acerca para cambiar la realidad desde dentro. Y, sin embargo, ¡qué arraigada está en nosotros la idea mundana de un dios alejado y controlador, rígido y poderoso, que ayuda a los suyos a imponerse sobre los demás! Muchas veces está arraigada en nosotros esta idea, pero no es así, Él ha nacido para todos, durante el censo de toda la tierra.
Miremos, por tanto, al «Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1,9); a Él, que está más allá de todo cálculo humano y, sin embargo, se deja censar por nuestros cómputos; a Él, que revoluciona la historia habitándola; a Él, que nos respeta hasta el punto de permitirnos rechazarlo; a Él, que borra el pecado cargándolo sobre sí, que no quita el dolor, sino que lo transforma; que no elimina los problemas de nuestra vida, sino que da a nuestras vidas una esperanza más grande que los problemas. Desea tanto abrazar nuestra existencia que, siendo infinito, por nosotros se hace finito; siendo grande, se hace pequeño; siendo justo, vive nuestras injusticias. Hermanos y hermanas, este es el asombro de la Navidad: no una mezcla de afectos melosos y de consuelos mundanos, sino la inaudita ternura de Dios que salva el mundo encarnándose. Miremos al Niño, miremos su cuna, contemplemos el pesebre, que los ángeles llaman la «señal» (Lc 2,12). Es, en efecto, el signo que revela el rostro de Dios, que es compasión y misericordia, omnipotente siempre y sólo en el amor. Se hace cercano, tierno y compasivo, este es el modo de ser de Dios: cercanía, compasión, ternura.
“Hermanos y hermanas, esta noche el amor cambia la historia. Haz que creamos, oh Señor, en el poder de tu amor, tan distinto del poder del mundo. Señor, haz que, como María, José, los pastores y los magos, nos reunamos en torno a Ti para adorarte. Haciéndonos Tú más semejantes a Ti, podremos testimoniar al mundo la belleza de tu rostro”.
Primera lectura y Evangelio. Isaías 9, 1-3.5-6 y Lucas 2, 1-14: El profeta Isaías anuncia el nacimiento del Salvador, que llegará al mundo como un niño más, para cumplir la misión que le asignan los numerosos títulos que le adornan, entre los que destaca el de «Príncipe de la paz». En el Evangelio se proclama el cumplimiento de esta profecía, confirmada por el canto de los ángeles en el portal de Belén: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor».
Segunda lectura. Tito 2, 11-14: Las lecturas de san Pablo en este tiempo de Navidad abundan en la descripción de la venida de Jesús al mundo como una «aparición» o «manifestación» del Mesías como portador de la gracia salvadora de Dios. Es el tema del Gran Jubileo: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre».
Misa de la aurora
El Evangelio de esta Misa es la continuación del de medianoche, y si entonces se proclamaba a los pastores la paz que Dios otorgaba al nacer su Hijo, ahora se recuerda la visita de los mismos pastores al lugar del Nacimiento. La hora del amanecer, cuando se celebra esta Misa, sugiere la semejanza Cristo-Luz, «el sol que nace de lo alto«, «Hoy brillará una luz sobre nosotros«, «la luz de tu Palabra hecha carne» (Cántico de Laudes, Canto de entrada, Colecta).
Primera lectura y Evangelio. Isaías 62, 11-12 y Lucas 2, 15-20: La lectura profética anuncia la llegada del Salvador, para comenzar a reunir el Pueblo de Dios a partir del humilde resto de Israel. Los primeros llamados fueron los pastores de Belén, como lo narra el Evangelio, que es continuación del proclamado en la misa de Nochebuena.
Segunda lectura. Tito 3, 4-7: Las lecturas de san Pablo en este tiempo de Navidad abundan en la descripción de la venida de Jesús al mundo como una «aparición» o «manifestación» del Mesías como portador de la gracia salvadora de Dios. Es el tema del Gran Jubileo: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». En esta misa de la aurora se refiere especialmente a la gratuidad del amor de Dios que se nos ofrece por medio de Jesús.
Misa del día
Si en las misas de medianoche y de la aurora se contemplaba sobre todo el acontecimiento mismo del nacimiento de Jesús, en esta Misa del día se leen textos que nos acercan a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios que aquella historia manifiesta y vela a la vez. De este modo, la profecía y el salmo responsorial proclaman la finalidad universal de la Encarnación, cuyos beneficios no se restringen a un solo pueblo. En el mismo tono elevado, los prólogos de la carta a los Hebreos y del evangelio de san Juan anuncian solemnemente las etapas de la salvación, que llegan hasta el misterio del Verbo divino que «se hizo carne, y acampó entre nosotros«.
Siguiendo con la homilía del papa Francisco:
“Hermanas, hermanos, asombrémonos porque «se hizo carne» (Jn 1,14). Carne: palabra que evoca nuestra fragilidad y que el Evangelio utiliza para decirnos que Dios ha entrado plenamente en nuestra condición humana. ¿Por qué llegó a tanto? —nos preguntamos—. Porque le interesa todo de nosotros, porque nos ama hasta el punto de considerarnos más valiosos que cualquier otra cosa. Hermano, hermana, para Dios, que ha cambiado la historia durante el censo, tú no eres un número, sino que eres un rostro; tu nombre está escrito en su corazón. Pero tú, mirando a tu corazón, al rendimiento que no es suficiente, al mundo que juzga y no perdona, quizás vivas mal esta Navidad, pensando que no estás a la altura, albergando un sentimiento de fracaso y de insatisfacción por tus fragilidades, por tus caídas y tus problemas, y por tus pecados. Pero hoy, por favor, deja la iniciativa a Jesús, que te dice: “Por ti me hice carne, por ti me hice como tú”. ¿Por qué permaneces en la prisión de tus tristezas? Como los pastores, que dejaron sus rebaños, deja el recinto de tus melancolías y abraza la ternura del Dios Niño. Y hazlo sin máscaras, sin corazas, encomiéndale a Él tus afanes y Él te sostendrá (cf. Sal 55,23). Él, que se hizo carne, no espera de ti tus resultados exitosos, sino tu corazón abierto y confiado. Y tú en Él redescubrirás quién eres: un hijo amado de Dios, una hija amada de Dios. Ahora puedes creerlo, porque en aquella noche el Señor vino a la luz para iluminar tu vida y sus ojos brillan de amor por ti. Nos resulta difícil aceptar esto, que los ojos de Dios brillan de amor por nosotros.
Sí, Cristo no mira números, sino rostros. Pero, entre las tantas cosas y las locas carreras de un mundo siempre ocupado e indiferente, ¿quién lo mira a Él? ¿quién lo mira? En Belén, mientras mucha gente, llevada por la euforia del censo, iba y venía, llenaba los albergues y las posadas hablando de todo un poco, sólo algunos estuvieron cerca de Jesús: María y José, los pastores, y luego los magos. Aprendamos de ellos. Permanecen con la mirada fija en Jesús, con el corazón dirigido hacia Él. No hablan, sino adoran. Esta noche, hermanos y hermanas, es el tiempo de la adoración: adorar.
La adoración es el camino para acoger la encarnación. Porque es en el silencio que Jesús, Palabra del Padre, se hace carne en nuestras vidas. Comportémonos también nosotros como en Belén, que significa “casa del pan”. Estemos ante Él, Pan de vida. Redescubramos la adoración, porque adorar no es perder el tiempo, sino permitirle a Dios que habite en nuestro tiempo. Es hacer que florezca en nosotros la semilla de la encarnación, es colaborar con la obra del Señor, que como fermento cambia el mundo. Adorar es interceder, reparar, permitirle a Dios que enderece la historia. Un gran narrador de aventuras épicas escribió a su hijo: «Pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento. En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra» (J.R.R. Tolkien, Carta 43, marzo 1941)”.
Primera lectura y Evangelio. Isaías 52, 7-10 y Juan 1, 1-18: El profeta Isaías anuncia que el Salvador debía venir en favor de todas las naciones, hasta los confines de la tierra. Del mismo modo, el comienzo del Evangelio de san Juan nos dice quien es Jesús: la Palabra eterna del Padre hecha hombre para salvar a todo el género humano.
Segunda lectura. Hebreos 1, 1-6: La carta a los Hebreos insiste en el tema general de esta Misa de Navidad, y así explica que Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras pero, desde el nacimiento de Jesucristo, éste ha sido su Palabra definitiva para el mundo.