LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 23 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 57-66

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?»

Porque la mano del Señor estaba con él.

Martes, 24 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14

Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio.

En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»

Miércoles, 25 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Jueves, 26 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuidado con la gente!

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.

Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.

Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará».

Viernes, 27 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1a. 2-8

El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

El primer día de la semana, María la Magdalena echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Sábado, 28 de diciembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Mateo 2, 13-18

Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta:
«De Egipto llamé a mi hijo».

Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos.

Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
«Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven».

Comentario al evangelio de hoy

Martes, 24 de diciembre de 2024

Lecturas:

2 S 7,1-5.8b-12.14a.16. El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor.

Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Lc 1,67-79. Nos visitará el sol que nace de lo alto.

Escuchamos hoy en el Evangelio el Benedictus, el cántico de Zacarías en el que aclara el misterio de la persona de Juan el Bautista: es el precursor, el profeta que va delante, preparando el camino y anunciando la salvación.

Es un cántico que exalta la fidelidad de Dios, el cumplimiento de las promesas de salvación hechas por Dios en las antiguas profecías: el Señor, Dios de Israel ha visitado y redimido a su pueblo… según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas… recordando su santa alianza.

Este es el fundamento de nuestra esperanza: que Dios es fiel; que te ha creado por amor, que te llama a una vida de amistad e intimidad con Él, que no dejará de amarte nunca y está contigo todos los días, que no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Resalta la presencia de la salvación: Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos que nos trae el perdón de los pecados… Por la entrañable misericordia de nuestro Dios.

El cántico exalta a Jesucristo, el sol que nace de lo alto, que viene para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Jesucristo es la paz, plenitud de los dones mesiánicos, destinada a los que le dejan reinar en su corazón y en su vida, a los que alaban y dan gloria a Dios.

Jesucristo es la luz, pero de un modo oculto y humilde. Algo interior que sólo se puede ver con los ojos de la fe. Sólo los sencillos, los pequeños, los humildes…, como los profetas y María podrán ver.

Es una Palabra que hoy, día de nochebuena te invita a dar gracias y a la alabanza por la inminente venida del Salvador. Te invita a abrirle al corazón al Señor, a dejarle nacer y que Él sea tu luz y tu salvación.

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al Evangelio

Lc 1, 67-79. “Nos visitará el sol que nace de lo alto”. Zacarías ha recuperado la voz y por eso puede regalarnos este precioso cántico, que nos prepara a la ya inminente fiesta de la Navidad. El Señor visita a su pueblo para redimirlo, para mostrarnos su misericordia y cumplir así las promesas hechas a nuestros padres. Es el Dios que cumple su palabra. Viene para liberarnos de nuestros enemigos, de todo mal, y para que así podamos servirle con santidad y justicia. El Señor nos quiere santos y justos. Es momento de pedirlo cuando lo contemplemos en el pesebre. Nos anuncia la salvación por medio del perdón de los pecados. Es una generosidad y una multitud de gracias las que recibimos con su venida, no podemos menos que vivir agradecidos. Finalmente el canto nos recuerda que el Señor viene a iluminarnos para que avancemos por el camino de la paz.

25 de diciembre. Natividad del Señor
Año litúrgico 2024 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 52, 7-10

¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que proclama la paz,
que anuncia la buena noticia,
que pregona la justicia,
que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!».

Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sión.

Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.

Ha descubierto el Señor su santo brazo
a los ojos de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la salvación de nuestro Dios.

Salmo

Salmo 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4. 5-6
R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6

En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.

En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.

Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»?

Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

comentario

EL NACIMIENTO DEL SALVADOR

por Jaime Sancho Andreu

(Solemnidad de la Natividad del Señor, 25- Diciembre – 2024)     

El Misal Romano contiene cuatro formularios para la solemnidad de Navidad:

Misa vespertina de la vigilia 

El 24 por la tarde, con un mensaje que sitúa a los participantes en esta celebración en un ambiente intermedio entre el final del Adviento y el pórtico de la Navidad: «Mañana quedará borrada la maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo«, «Mañana contemplaréis su gloria» (Canto de entrada y Aleluya). La lectura más significativa de esta Misa es la del principio del Evangelio de san Mateo que trae la genealogía de Jesús desde Abrahán hasta José, «el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo«. Sigue luego la narración (propia también del domingo IV de Adviento) de la anunciación a José y, de forma muy breve, del nacimiento de Jesús; todo ello quiere demostrar que Jesús es por una parte de la estirpe regia de David, por parte de José, e Hijo de Dios gracias a su generación y nacimiento virginal por medio de María.

El último párrafo de la homilía del papa Francisco en la Nochebuena de 2022 nos puede ayudar a “aterrizar” desde el misterio de la Navidad:

“El pesebre nos habla de lo concreto. En efecto, un niño en un pesebre representa una escena que impacta, hasta el punto de ser cruda. Nos recuerda que Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos. Jesús, que nace pobre, vivirá pobre y morirá pobre; no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros. Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma.

Y, por tanto, no se conforma con apariencias. Él, que se hizo carne, no quiere sólo buenos propósitos. Él, que nació en el pesebre, busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad. Él, que se pone al desnudo en el pesebre y se pondrá al desnudo en la cruz, nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías. Él, que fue envuelto con ternura en pañales por María, quiere que nos revistamos de amor. Dios no quiere apariencia, sino cosas concretas. No dejemos pasar esta Navidad, hermanos y hermanas, sin hacer algo de bueno. Ya que es su fiesta, su cumpleaños, hagámosle a Él regalos que le agraden. En Navidad Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido.

Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros, Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén”.

Primera lectura y Evangelio. Isaías 62, 1-5 y Mateo 1, 1-25: El profeta Isaías anuncia la llegada del Salvador, que será la Buena Noticia, en primer lugar, para la tierra de Israel y para el resto de verdaderos creyentes que lo esperaban; entre éstos, el Evangelio nos muestra a José y a María, descendientes de Abrahán y de la familia real israelita, en la tribu de Judá y de David.

Segunda lectura. Hechos de los Apóstoles 13, 16-17.22-25: San Pablo resume el mensaje del Adviento que ahora termina, proclamando a Jesucristo Salvador, de la estirpe de David, esperado por los profetas de Israel y anunciado por Juan el Bautista.

Misa de medianoche

Todo en esta noche nos habla de actualidad, de presencia del acontecimiento salvador de la Navidad. Hoy, esta noche, en efecto, viene Jesús a su Iglesia reunida en asamblea festiva, y llega trayendo todas las gracias de su Nacimiento: el Evangelio de la Gracia, el anuncio de la buena voluntad y la paz de Dios hacia los hombres, la incorporación de éstos a la vida divina, la adopción como hijos por el Espíritu Santo… «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado«, proclama Isaías, «Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres«, declara san Pablo. Pero el momento más importante de esta liturgia de la Palabra es el Evangelio de la Natividad: «Hoy os ha nacido un Salvador«, en el que san Lucas describe el escenario del portal de Belén que permanecerá para siempre en la memoria de todos los cristianos.

¿Qué sentido tiene decir, como hace repetidamente la liturgia, que “Hoy nos ha nacido el Salvador?

No es porque se trate de la misma fecha del nacimiento de Jesús, que no conocemos. La elección de este día se hizo en el siglo IV en el Occidente cristiano, mientras que en Oriente se prefirió la fecha del 6 de enero, si bien muy pronto Oriente y Occidente celebraron las dos solemnidades de Navidad y Epifanía.

Hay tres datos que recomendaban el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús en Belén; uno de ellos es la existencia de una fiesta romana en este día llamada “nacimiento del Sol invicto”, porque ahora, en el solsticio de invierno, comienza a alzarse el astro rey sobre el horizonte y se recuerda la frase del cántico de Zacarías que proclama: Nos visitará el Sol que viene de lo alto, para iluminar a los que viven en las tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 78-79).

Otro dato es la celebración de la fiesta judía de la Hannuká el 25 del noveno mes (Kisleu), nuestro diciembre, en conmemoración de la purificación e iluminación del templo por obra de los Macabeos, cuando expulsaron a los paganos de Jerusalén en el siglo II antes de Cristo (1 Mac 4, 59). Los cristianos sabemos que Cristo vino como luz del mundo y que una luz gloriosa brilló en Belén para Israel y todos los pueblos, y también que Jesús es el templo de la nueva alianza.

Por último, está la tradición antiquísima, recogida en el Martirologio Romano, de que Jesús murió el 25 de marzo, lo que hizo pensar en su Concepción en ese día y en su nacimiento nueve meses después, de forma que la noche de Belén es un trasunto de la noche pascual.

Pero más allá de estos datos históricos está la vivencia del “Hoy” litúrgico del “día de la salvación”, cuando Jesucristo viene a nosotros con sus misterios, que se proclaman en la Palabra y se actualizan en el sacramento. Esto es así porque todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1085). En la sagrada liturgia recibimos a Cristo en el Hoy eterno de Dios.

Recordamos ahora las palabras del papa Francisco en la Nochebuena de 2023:

“El censo de toda la tierra, en definitiva, manifiesta, por una parte, la trama demasiado humana que atraviesa la historia: la de un mundo que busca el poder y la fuerza, la fama y la gloria, donde todo se mide con los éxitos y los resultados, con las cifras y los números. Es la obsesión del beneficio. Pero, al mismo tiempo, en el censo se destaca el camino de Jesús, que viene a buscarnos a través de la encarnación. No es el dios del beneficio, sino el Dios de la encarnación. No combate las injusticias desde lo alto con la fuerza, sino desde abajo con el amor; no irrumpe con un poder sin límites, sino que desciende a nuestros límites; no evita nuestras fragilidades, sino que las asume.

Hermanos y hermanas, esta noche podemos preguntarnos: nosotros, ¿en qué Dios creemos? ¿En el Dios de la encarnación o en el del beneficio? Sí, porque existe el riesgo de vivir la Navidad con una idea pagana de Dios, como si fuera un amo poderoso que está en el cielo; un dios que se alía con el poder, con el éxito mundano y con la idolatría del consumismo. Vuelve siempre la imagen falsa de un dios distante e irritable, que se porta bien con los buenos y se enoja con los malos; de un dios hecho a nuestra imagen, útil solamente para resolvernos los problemas y para quitarnos los males. Él, en cambio, no usa la varita mágica, no es el dios comercial del “todo y ahora mismo”; no nos salva pulsando un botón, sino que Él se acerca para cambiar la realidad desde dentro. Y, sin embargo, ¡qué arraigada está en nosotros la idea mundana de un dios alejado y controlador, rígido y poderoso, que ayuda a los suyos a imponerse sobre los demás! Muchas veces está arraigada en nosotros esta idea, pero no es así, Él ha nacido para todos, durante el censo de toda la tierra.

Miremos, por tanto, al «Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1,9); a Él, que está más allá de todo cálculo humano y, sin embargo, se deja censar por nuestros cómputos; a Él, que revoluciona la historia habitándola; a Él, que nos respeta hasta el punto de permitirnos rechazarlo; a Él, que borra el pecado cargándolo sobre sí, que no quita el dolor, sino que lo transforma; que no elimina los problemas de nuestra vida, sino que da a nuestras vidas una esperanza más grande que los problemas. Desea tanto abrazar nuestra existencia que, siendo infinito, por nosotros se hace finito; siendo grande, se hace pequeño; siendo justo, vive nuestras injusticias. Hermanos y hermanas, este es el asombro de la Navidad: no una mezcla de afectos melosos y de consuelos mundanos, sino la inaudita ternura de Dios que salva el mundo encarnándose. Miremos al Niño, miremos su cuna, contemplemos el pesebre, que los ángeles llaman la «señal» (Lc 2,12). Es, en efecto, el signo que revela el rostro de Dios, que es compasión y misericordia, omnipotente siempre y sólo en el amor. Se hace cercano, tierno y compasivo, este es el modo de ser de Dios: cercanía, compasión, ternura.

“Hermanos y hermanas, esta noche el amor cambia la historia. Haz que creamos, oh Señor, en el poder de tu amor, tan distinto del poder del mundo. Señor, haz que, como María, José, los pastores y los magos, nos reunamos en torno a Ti para adorarte. Haciéndonos Tú más semejantes a Ti, podremos testimoniar al mundo la belleza de tu rostro”.

Primera lectura y Evangelio. Isaías 9, 1-3.5-6 y Lucas 2, 1-14: El profeta Isaías anuncia el nacimiento del Salvador, que llegará al mundo como un niño más, para cumplir la misión que le asignan los numerosos títulos que le adornan, entre los que destaca el de «Príncipe de la paz». En el Evangelio se proclama el cumplimiento de esta profecía, confirmada por el canto de los ángeles en el portal de Belén: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor».

Segunda lectura. Tito 2, 11-14: Las lecturas de san Pablo en este tiempo de Navidad abundan en la descripción de la venida de Jesús al mundo como una «aparición» o «manifestación» del Mesías como portador de la gracia salvadora de Dios. Es el tema del Gran Jubileo: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre».

Misa de la aurora

El Evangelio de esta Misa es la continuación del de medianoche, y si entonces se proclamaba a los pastores la paz que Dios otorgaba al nacer su Hijo, ahora se recuerda la visita de los mismos pastores al lugar del Nacimiento. La hora del amanecer, cuando se celebra esta Misa, sugiere la semejanza Cristo-Luz, «el sol que nace de lo alto«, «Hoy brillará una luz sobre nosotros«, «la luz de tu Palabra hecha carne» (Cántico de Laudes, Canto de entrada, Colecta).

Primera lectura y Evangelio. Isaías 62, 11-12 y Lucas 2, 15-20: La lectura profética anuncia la llegada del Salvador, para comenzar a reunir el Pueblo de Dios a partir del humilde resto de Israel. Los primeros llamados fueron los pastores de Belén, como lo narra el Evangelio, que es continuación del proclamado en la misa de Nochebuena.

Segunda lectura. Tito 3, 4-7: Las lecturas de san Pablo en este tiempo de Navidad abundan en la descripción de la venida de Jesús al mundo como una «aparición» o «manifestación» del Mesías como portador de la gracia salvadora de Dios. Es el tema del Gran Jubileo: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». En esta misa de la aurora se refiere especialmente a la gratuidad del amor de Dios que se nos ofrece por medio de Jesús.

Misa del día

Si en las misas de medianoche y de la aurora se contemplaba sobre todo el acontecimiento mismo del nacimiento de Jesús, en esta Misa del día se leen textos que nos acercan a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios que aquella historia manifiesta y vela a la vez. De este modo, la profecía y el salmo responsorial proclaman la finalidad universal de la Encarnación, cuyos beneficios no se restringen a un solo pueblo. En el mismo tono elevado, los prólogos de la carta a los Hebreos y del evangelio de san Juan anuncian solemnemente las etapas de la salvación, que llegan hasta el misterio del Verbo divino que «se hizo carne, y acampó entre nosotros«.       

Siguiendo con la homilía del papa Francisco:

“Hermanas, hermanos, asombrémonos porque «se hizo carne» (Jn 1,14). Carne: palabra que evoca nuestra fragilidad y que el Evangelio utiliza para decirnos que Dios ha entrado plenamente en nuestra condición humana. ¿Por qué llegó a tanto? —nos preguntamos—. Porque le interesa todo de nosotros, porque nos ama hasta el punto de considerarnos más valiosos que cualquier otra cosa. Hermano, hermana, para Dios, que ha cambiado la historia durante el censo, tú no eres un número, sino que eres un rostro; tu nombre está escrito en su corazón. Pero tú, mirando a tu corazón, al rendimiento que no es suficiente, al mundo que juzga y no perdona, quizás vivas mal esta Navidad, pensando que no estás a la altura, albergando un sentimiento de fracaso y de insatisfacción por tus fragilidades, por tus caídas y tus problemas, y por tus pecados. Pero hoy, por favor, deja la iniciativa a Jesús, que te dice: “Por ti me hice carne, por ti me hice como tú”. ¿Por qué permaneces en la prisión de tus tristezas? Como los pastores, que dejaron sus rebaños, deja el recinto de tus melancolías y abraza la ternura del Dios Niño. Y hazlo sin máscaras, sin corazas, encomiéndale a Él tus afanes y Él te sostendrá (cf. Sal 55,23). Él, que se hizo carne, no espera de ti tus resultados exitosos, sino tu corazón abierto y confiado. Y tú en Él redescubrirás quién eres: un hijo amado de Dios, una hija amada de Dios. Ahora puedes creerlo, porque en aquella noche el Señor vino a la luz para iluminar tu vida y sus ojos brillan de amor por ti. Nos resulta difícil aceptar esto, que los ojos de Dios brillan de amor por nosotros.

Sí, Cristo no mira números, sino rostros. Pero, entre las tantas cosas y las locas carreras de un mundo siempre ocupado e indiferente, ¿quién lo mira a Él? ¿quién lo mira? En Belén, mientras mucha gente, llevada por la euforia del censo, iba y venía, llenaba los albergues y las posadas hablando de todo un poco, sólo algunos estuvieron cerca de Jesús: María y José, los pastores, y luego los magos. Aprendamos de ellos. Permanecen con la mirada fija en Jesús, con el corazón dirigido hacia Él. No hablan, sino adoran. Esta noche, hermanos y hermanas, es el tiempo de la adoración: adorar.

La adoración es el camino para acoger la encarnación. Porque es en el silencio que Jesús, Palabra del Padre, se hace carne en nuestras vidas. Comportémonos también nosotros como en Belén, que significa “casa del pan”. Estemos ante Él, Pan de vida. Redescubramos la adoración, porque adorar no es perder el tiempo, sino permitirle a Dios que habite en nuestro tiempo. Es hacer que florezca en nosotros la semilla de la encarnación, es colaborar con la obra del Señor, que como fermento cambia el mundo. Adorar es interceder, reparar, permitirle a Dios que enderece la historia. Un gran narrador de aventuras épicas escribió a su hijo: «Pongo delante de ti lo que hay en la tierra digno de ser amado: el Bendito Sacramento. En él hallarás el romance, la gloria, el honor, la fidelidad y el verdadero camino a todo lo que ames en la tierra» (J.R.R. Tolkien, Carta 43, marzo 1941)”.

Primera lectura y Evangelio. Isaías 52, 7-10 y Juan 1, 1-18: El profeta Isaías anuncia que el Salvador debía venir en favor de todas las naciones, hasta los confines de la tierra. Del mismo modo, el comienzo del Evangelio de san Juan nos dice quien es Jesús: la Palabra eterna del Padre hecha hombre para salvar a todo el género humano.

Segunda lectura. Hebreos 1, 1-6: La carta a los Hebreos insiste en el tema general de esta Misa de Navidad, y así explica que Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras pero, desde el nacimiento de Jesucristo, éste ha sido su Palabra definitiva para el mundo.

Otro comentario al evangelio

Sábado, 29 de junio de 2024

San Pedro y San Pablo

Lecturas:

Hch 12, 1-11. El Señor ha enviado a su ángel para librarme.

Sal 33, 2-9. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios.

2 Tm 4, 6-8.17-18. He corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Mt 16, 13-19. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.

La fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Es una fiesta de la catolicidad.

Son las columnas de la Iglesia. Ellos han transmitido la fe y sobre ellos se edifica la Iglesia. Fueron elegidos por el Señor para ser testigos de la Buena Noticia.

Siendo débiles y pecadores fueron elegidos por Dios para que en su debilidad se manifestara la fuerza y la grandeza de Dios. Ellos hicieron de Jesucristo, el Señor de su vida, el centro de su existencia, la razón y la fuerza para vivir.

En el Evangelio escuchamos cómo Jesús dirige a sus discípulos la pregunta del millón, que no es ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, sino Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esta es la pregunta clave también para ti, hoy. En la respuesta que des a esta pregunta te va la vida.

¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué pinta Jesucristo en tu vida? ¿Quién es el Señor de tu vida? ¿Quién dirige tu vida? ¿A quién le preguntas cómo tienes que vivir cada día?

San Pedro y San Pablo pudieron, por el don del Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3), confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, o Para mí la vida es Cristo (cf. Flp 1, 21).

Jesucristo elige, de entre todos los apóstoles, a Pedro como cabeza de la Iglesia. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia, y se continúa por los obispos bajo el primado del Papa (cf. Catecismo 881). El Papa ha sido puesto por Jesucristo para enseñar, santificar y gobernar la Iglesia.

El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús.

La memoria de San Pedro nos invita a confesar que Jesús es el Señor, a tenerle a Él como único Maestro, a permanecer siempre fieles a las enseñanzas de Jesucristo que vive en su cuerpo, que es la Iglesia.

La memoria de San Pablo nos invita a la nueva evangelización, a ser apóstoles, a no tener miedo de dar la cara por Cristo, porque sé de quién me he fiado y que tiene poder para asegurar hasta el final el encargo que me dio (cf 2 Tim 1, 12s).

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Haz llover, para que crezca en mí la fe y el amor a Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Jn 1,1-18. “El Verbo se hizo carne”. El inicio del evangelio de Juan nos invita a profundizar en el misterio que contemplamos en el niño de Belén. Este niño es el Verbo, la palabra que Dios ha pronunciado desde la eternidad y que ahora ha asumido nuestra naturaleza. Desde el principio estaba junto a Dios porque también era Dios. Es una palabra creadora y vivificadora. Nos ilumina con su luz, pero no todos están dispuestos a acogerla. La tiniebla no quiere ser iluminada porque desaparece. Vino a su casa, que es nuestro mundo, pero los suyos no lo recibieron. No podemos dar por supuesto que recibimos esta palabra, podemos escucharla, pero no acogerla, no dejar que transforme nuestras vidas. Jesús ha venido a nosotros para habitar en medio de nosotros, para comunicarnos su gloria y para concedernos gracia tras gracia. Vivamos con alegría y agradecimiento la suerte de poder conocer y contemplar al Señor en su humildad. ¡SANTA Y FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!

29 de diciembre. La Sagrada Familia
Año Litúrgico 2024 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del Libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.

Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.

Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado.

Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.

Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.

Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.

Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Salmo

Salmo 127, 1-2. 3. 4-5
R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 12-21

Hermanos:

Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.

Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimos.

Evangelio del domingo

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua.

Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

comentario del domingo

EL DOMINGO DE LA ENCARNACIÓN

por Jaime Sancho Andreu

(4º Domingo de Adviento -C-, 22-Diciembre-2024)

María en el Adviento.

Llegamos al domingo inmediatamente anterior a la Navidad, el cual está dedicado al anuncio del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De este modo, hace dos años leímos en san Mateo el pasaje de la anunciación a José (Ciclo A), el curso pasado fue la lectura de la anunciación a María (Ciclo B), y en este año C seguimos con san Lucas el relato del mismo episodio, que prosigue con el viaje de la santísima Virgen desde Nazaret hasta las tierras de Judea para compartir con su pariente Isabel la alegría de sus milagrosas y próximas maternidades. Es un domingo que considera ya asumida la etapa penitencial del Adviento, presidida por Juan el Bautista y que se abre completamente a la inmediata festividad de la Navidad. Así mismo en los días de entre semana, a partir del 17 de Diciembre, estamos leyendo todo lo que se contiene en los Evangelios como antecedentes del nacimiento del Señor.

Se anuncia el lugar del nacimiento del Salvador.

Este domingo escuchamos la profecía de Miqueas acerca del sitio designado por Dios para el nacimiento de su Hijo, se trata de Belén, nombre que significa «casa del pan«, la ciudad natal del gran rey David. Cuando llegue la solemnidad de la Epifanía, oiremos citar es texto cuando Herodes pregunta a los sabios de Jerusalén por el lugar donde tenía que nacer el Mesías (Mateo 2,4-6). Además el profeta describe la figura y la misión del Salvador, cuyo efecto final  es que él mismo “será nuestra paz” (Mi 5, 4ª) , nuestro «shalôm«, la salvación final, como declara san Pablo después del acontecimiento de la resurrección y del don del Espíritu para la Iglesia (Efesios 2,14). Contemplando la ciudad natal del pastor que llegó a rey, decimos con el Salmo responsorial 79: “Pastor de Israel, escucha, tu que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos”.

La entrada en el mundo de Jesucristo, sumo y terno Sacerdote.

Este es el domingo en que Cristo se presenta inaugurando su sacerdocio de la Nueva Alianza. Desde la encarnación, toda la vida de Jesús es una ofrenda permanente, gracias a su perfecta obediencia. “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas; pero me has preparado un cuerpo” (Heb 10, 5; Segunda lectura); así reconoce el Hijo el sentido de su sacerdocio, que habrá de continuar mediante su cuerpo sacramental que somos nosotros en su Iglesia.

Ninguno de nosotros fue consciente del momento en que comenzó nuestra vida, pero el Verbo divino accedió a nuestro mundo encarnándose en el seno virginal de María con un acto libre y consciente, enviado por el Padre con el poder creador del Espíritu,

La visitación de María a Isabel.

En el Evangelio contemplamos a María que, habiendo recibido la Anunciación, corre con gran caridad hasta su pariente Isabel, a la que sabe encinta. la «primera caridad» divina es comunicar la «Palabra de la Gracia». María lo sabe bien. La sabe también la Iglesia, que reconoce como su «primera caridad» anunciar el evangelio de la gracia (Cf. Apocalipsis 2,4).

La Palabra viviente que María lleva en su seno virginal comunica el don del Espíritu a Isabel y hace saltar de alegría al que sería Juan el Precursor, el Bautista. Tenemos aquí una versión «doméstica» de la liturgia del Arca de la Alianza. Juan – como David delante del Arca – salta ante María, sagrario de la nueva ley y del nuevo Maná, el Pan de la vida, e Isabel se asombra ante la llegada de María: «¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?«, del mismo modo que David confesaba su indignidad: «¿Cómo voy a llevar a mi casa el Arca del Señor?«.

En el  capítulo 6 de 2 Samuel que estamos citando se dice también que el Arca permaneció entonces tres meses en casa de un labrador – los mismos que María en casa de Zacarías e Isabel – colmándolo de beneficios; ahora, en el umbral de los tiempos definitivos, María – Arca de la Nueva Alianza – sirve de medio para que Dios reparta generosamente su beneficio más preciado que es el Don por excelencia, el Espíritu, como enseñará luego Jesús: «Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo suplican» (Lucas 11,13).  Del mismo modo, en la liturgia recibimos a Jesucristo por medio de la Iglesia, de la que María fue la principal imagen, por su maternidad virginal, y en esta acción sagrada, adorando y agradeciendo esta divina visitación, recibimos la gracia del Espíritu que nos llena de la alegría de la salvación.

Dichosa tú, que has creído.

Lo mismo que María, imagen de la Iglesia, todo el pueblo cristiano recibe hoy la confirmación de que el Señor en quien cree se le hace presente para renovar una vez más la obra de la salvación. Hoy es la Iglesia quien escucha la bendición de Isabel: “¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 45).

 Este domingo deberíamos cantar todos el «Magníficat», el cántico de María con el que ella, profetisa también como Isabel, “proclama la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones…” (Lucas 1,46-55), porque, llegados a este momento del Adviento, debemos reconocer las cosas grandes que el Padre del cielo  ha hecho para salvarnos, interrumpiendo la historia de perdición del mundo por medio de la encarnación de su Hijo, contando con el «sí» de la Virgen elegida, bendita entre todas las mujeres como bendito sobre todo es el fruto de su vientre.

Este es un día para avanzar en la imitación de María, tanto en su obediencia a la voluntad de Dios – solo comparable a la de Cristo (Segunda lectura) – como en su voluntad de servicio, concretada en la visita a su pariente más mayor Isabel, quedándose con ella hasta el nacimiento de su hijo Juan.

LA PALABRA DE DIOS HOY

Primera lectura. Miqueas  5,1-4a: El profeta anuncia el lugar donde debería nacer el Mesías, se trata de Belén, la ciudad natal del gran rey David. Al mismo tiempo se profetiza una vez más la misión que llevará a cabo el nuevo Pastor de Israel y «Príncipe de la paz».

Segunda lectura. Hebreos 10,5-10: La vida de Jesucristo fue una ofrenda permanente, desde el momento en que entró en el mundo para ser sacerdote de la Nueva Alianza, que nos sitúa en una relación personal con Dios, sin víctimas sustitutorias.

Evangelio de Lucas 1,39-45: Isabel se contagia de la alegría de la salvación, que es uno de los dones del Espíritu Santo que Jesús comunica a su futuro precursor, Juan, cuando todavía estaban ambos en el seno de sus madres. El Espíritu hace que Isabel profetice y confirme lo que el ángel había anunciado a María.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 22 de diciembre de 2024

Domingo 4º de Adviento

Lecturas:

Mi 5, 1-4a. De ti saldrá el jefe de Israel.

Sal 79, 2-3. 15-16. 18-19. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Hb 10, 5-10. Aquí estoy para hacer tu voluntad.

Lc 1 , 39-45. ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

No es difícil caer en la trampa de reducir la Navidad a una fiesta meramente familiar, tradicional o sentimental, o a un recuerdo de un acontecimiento lejano que poco tiene que decirte hoy a tu vida.

Por eso, para poder celebrar la Navidad como Dios manda, la Iglesia nos propone en este último Domingo de Adviento el contemplar a la Virgen María. La Virgen María ha podido recibir a Jesús porque estaba preparada, y nosotros sólo podremos recibir a Jesús si estamos preparados como María.

¿Cómo nos preparamos? En primer lugar, con un verdadero deseo de que venga Jesús, después eliminando los obstáculos que haya en nuestro corazón que impiden la venida de Jesús: el pecado, la soberbia, el orgullo, la autosuficiencia, la falta de humildad, la falta de caridad. También es importante que -en medio del ruido de la sociedad- tengamos una actitud de escucha de la Palabra de Dios, dejándola penetrar y actuar en nuestro corazón; y de docilidad al Espíritu Santo, dejando que Él conduzca tu vida.

La Palabra de Dios hoy nos enseña que los humildes son los que encontrarán a Dios: Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel.

Por eso, la Palabra de Dios hoy nos propone como ejemplo a MARÍA. Ella es la humilde servidora del Señor. La que se reconoce pequeña, la que es sencilla y está abierta a Dios. María se convierte así en un modelo para nosotros en este final del Adviento: ella recibe a Dios por su humildad, porque le acepta sin condiciones, porque está dispuesta a aceptar y cumplir su voluntad, porque sabe que Él es el Señor y ella la sierva, Él es el Maestro y ella la discípula. Así lo vivió Jesucristo y así estamos a vivirlo todos sus discípulos: Al entrar Cristo en el mundo dice: … He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.

¡Ánimo! ¡No te dejes robar la Navidad! Porque llega el Enmanuel, “Dios con nosotros”. Él Señor quiere entrar en tu corazón. ¡Ábrelo de par en par! ¡Déjate llenar por Él! ¡No le pongas resistencias! ¡Encontrarás la paz, la alegría y la felicidad que sólo el Señor te puede dar!

También tú escucharás las palabras que proclama Isabel, llena del Espíritu Santo: Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.

¿Tienes tu corazón a punto para la NAVIDAD? ¿Cómo está tu corazón? ¿Estás preparado ya para recibir al Señor que llega? ¿Está tu corazón limpio de todo obstáculo? ¿Tienes ganas de que Jesús esté en tu corazón y lo llene?

¡Ten un corazón sencillo y humilde como el de María y prepárate para recibir al Señor! ¡Encontrarás la paz, la alegría y la felicidad que sólo el Señor te puede dar! Él quiere entrar en tu corazón. ¡Ábrelo de par en par! ¡Déjate llenar por Él!

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al evangelio

Lc 1, 39-45. “María se levantó y se puso en camino”. Nos hace bien volver a escuchar este evangelio. Era el de la misa de ayer, pero los sábados por la mañana no siempre es fácil encontrar misa. Nos fijamos en María. Ella se levanta y se pone en camino. No parece algo muy prudente para una mujer que está esperando a un hijo. Pero María quiere ir a ponerse al servicio de su prima. Son las actitudes que hemos de disponer nosotros en estos últimos días del Adviento. Ponernos de pie significa levantarnos de nuestras comodidades. Y hacerlo para ponernos en camino, para ir al encuentro y al anuncio. Salimos para encontramos con alguien, pero también para anunciar a los demás la buena noticia. Además, en estos días en familia, es bueno que estemos atentos a cómo servir a los demás, como estar cerca de los que nos necesitan, como compartir lo mejor de cada uno de nosotros.

3 de noviembre. Domingo XXXI Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del Libro del Deuteronomio 6, 2-6

Moisés habló al pueblo diciendo:
«Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos, y observa todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor, Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón».

Salmo

Sal. 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab
R: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.

Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 7, 23-28

Hermanos:
Ha habido multitud de sacerdotes de la anterior Alianza, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.
Él no necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
En efecto, la ley hace sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
Respondió Jesús:
«El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
El escriba replicó:
«Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios».
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

comentario del domingo

ESCUCHA ISRAEL

por Jaime Sancho Andreu

(31º Domingo ordinario -B-, 3 – Noviembre- 2024)

Jesús en Jerusalén

La lectura dominical del Evangelio pasa por alto la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, así como los episodios de la higuera estéril y la purificación del Templo. Después de todo esto el Señor se pone a enseñar por última vez en público, concluyendo su programa dirigido a la revelación del Reino de Dios. Dentro de esta enseñanza está la respuesta que da a un escriba acerca del principal mandamiento de Dios. Como siempre, la contestación de Jesús no se para en el simple enunciado, sino que se abre a nuevas y más amplias realidades.

Nos puede parecer una pregunta inútil, pero es que, en tiempos de Jesús, se discutía este tema, pues había una escuela rabínica que defendía que el primer mandamiento era guardar el descanso sabático, ya que era una ley que instituyó y observó el mismo Dios, que descansó en el séptimo día de la creación (Gen 2,2-3).

El primer mandamiento

El Shemá Jisrael, ¡Escucha, Israel!, o sea, Deut 6, 4-5, al cual se añadieron Deut 6, 6-9: 11, 13-21 y Num 15, 37-41, todavía hoy es proclamado al menos tres veces al día por los hebreos fieles. Jesús era un buen hebreo, también él recitaba el Shemá, y lo cita al escriba que lo recita asimismo, y juntos lo revisan como regla de vida. Ante todo, ¡Escucha, Israel! El hecho revelado: El Señor nuestro Dios es el único Señor, aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3, 14). Aquí está contenida toda la revelación divina. Este es el fundamento inamovible de la fe otorgada al pueblo de Israel como Vida divina, y esto es para Jesús el centro de su existencia; y por eso quiere que lo sea también de la nuestra.

Continuando la cita del Deuteronomio, Jesús recita el primer mandamiento, el del amor hacia Dios, amor total, sin reservas, amor que transforma la existencia del creyente. Con esto la respuesta habría acabado, pero sólo ha comenzado. El Señor continúa citando el segundo mandamiento (Levítico 19, 18), el amor al prójimo; un sentimiento que lleva asimismo a la transformación de la vida propia y la de los hermanos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; y añade la conclusión: No hay mandamiento mayor que éstos.

No debe sorprendernos que el escriba estuviese de acuerdo con Jesús; éste ha citado los principales textos de Moisés; y además, añade que el amor a Dios y al prójimo vale más que todos los actos de culto sin caridad. Esta reflexión proviene de los libros históricos (1 Samuel 15, 22) y de los profetas (Oseas 6, 6). Por ello, como el escriba respondió como sabio, cercano al conocimiento del Reino de Dios, Jesús lo alabó. Después nadie hace más preguntas. El ministerio público de la doctrina del Reino está terminando; lo mismo que nuestra lectura del Evangelio de Marcos en este año B.

Y ¿Ya está todo?

¿Ya no hay más que decir? Los maestros de Jerusalén se quedan tranquilos. Al fin y al cabo, Jesús es un buen rabino que enseña lo mismo que los mejores de entre ellos.

Ciertamente, Jesús llevó a plenitud la ley, pero no fue sólo porque fuera a los esencial y más personal de los mandamientos, sino porque se ofreció a sí mismo como el modelo ejemplar de obediencia a Dios, hasta la muerte.

Y más aún, Jesús nos invita a imitarlo viviendo su misma vida y su misma muerte. Gracias a esta vida en Cristo podemos hacer de nuestra existencia un sacerdocio y un culto radicalmente superior al del Antiguo Testamento. Como ha proclamado la Carta a los Hebreos.   

También en nuestro tiempo hay muchas opiniones y voces que nos llevan a pensar que Jesús es solamente un mensajero de paz y amor, y su Evangelio una utopía preciosa, pero poco real.

El Señor ya ha llegado a Jerusalén, y lo que ocurra allí en los pocos d´´ias siguientes, dará sentido a toda su vida. También a la nuestra.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Deuteronomio 6, 2-6 y Marcos 12, 28b-34: Después de entrar triunfalmente en Jerusalén, Jesús se vio envuelto en controversias con los sacerdotes y los fariseos que deseaban encontrar motivos para acusarlo; pero no pudieron contradecir la pureza de su doctrina sobre el amor a Dios y al prójimo, apoyada en las palabras de Moisés en la plegaria “Escucha, Israel” que los judíos recitan en la oración de la mañana. Jesús no anuló las antiguas Escrituras, sino que les dio un sentido más espiritual y universal.

Segunda lectura. Hebreos 7, 23-28: Jesucristo supera a los sacerdotes del Antiguo Testamento en que permanece para siempre, es único y supremo como su sacrificio, que no se repite más, sino que se va actualizando en la eucaristía.

 

Otro comentario al evangelio

Domingo, 19 de mayo de 2024

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1Co 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con una ley escrita por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia recibe el don del Espíritu Santo, el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas (cf. Benedicto XVI, Mens. JMJ 2008). El Espíritu Santo se nos da para nuestra santificación: para que vivamos identificados totalmente con Cristo y, para que, permaneciendo en Él, podamos dar fruto abundante.

El Espíritu Santo nos da sus dones para sostener y animar nuestra vida cristiana, nuestro camino de santidad. Estos dones son actitudes interiores permanentes que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu. Estos siete dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Son dones que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, sino que los recibimos gratuitamente en nuestro bautismo: la gracia santificante nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones (cf. Catecismo 1266.).

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a vivir según el Espíritu y no según la carne, es decir: te invita a acoger en tu corazón esos dones del Espíritu y a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

Si aceptamos en nuestro corazón estos siete dones, y vivimos animados por el impulso del Espíritu siguiendo a Jesucristo como único Maestro y único Señor, los dones del Espíritu producen en nuestra vida doce frutos, que son la obra del Espíritu en nuestra vida. Estos doce frutos, según la Tradición de la Iglesia, son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad (firmeza, perseverancia), bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (cf. Gal 5, 22-23).

La santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida… Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo (cf. FRANCISCO, GE 15, CV 107).

Es también el momento para preguntarnos qué estás haciendo con los carismas, que has recibido del Espíritu Santo, y que los has recibido para ponerlos al servicio de los demás en la Iglesia. Esos carismas no los puedes guardar para ti: no son tuyos. Los has recibido para que fructifiquen en favor de los demás.

¡Anímate! Dios te ama y quiere tu felicidad y te da la vida eterna. Ábrele el corazón para que el Espíritu Santo vaya realizando en ti la obra de la santidad.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mc 12, 28b-34. “Escucha… Amarás…”. Aquel escriba que se acercó a Jesús tenía buena intención, quería conocer la enseñanza de Jesús. Va a lo fundamental, al primero de los mandamientos. Jesús responde como buen judío. Lo primero es escuchar a Dios y reconocer su voluntad. De esa escucha se deduce el amor. Escuchamos para amar. Y se trata de un amor totalizante que llega desde Dios a los hermanos. No es posible amar solo a Dios. Tampoco es amor verdadero el amor al hermano, que no está purificado en el crisol del amor de Dios. Dios es uno y nuestro amor tiene que ser también único. Con el mismo amor amamos a Dios y a las personas que tenemos a nuestro lado. Nuestra religión se basa en este amor. De nada sirven sacrificios ni holocaustos, de nada sirven actitudes religiosas vacías. Solo el amor hace que el reino de Dios se haga ya presente entre nosotros.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

otros comentarios