05 Oct Mes de octubre: mes misionero, del santo Rosario Artículo del cardenal Cañizares
El mes de octubre es el mes en el que celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Santo Rosario, instituida por san Pío V, para rememorar la victoria de la batalla naval de Lepanto de tan grande significación para la Iglesia y para el mundo entero, atribuida la victoria de los cristianos al ser invocada la ayuda de la santísima Virgen María con la oración del Rosario. Es un mes muy mariano y muy misionero, el rezo del Rosario y el compromiso en favor de los cristianos, de alguna manera, lo caracterizan en la comunidad eclesial, es momento muy adecuado para volver a recomendar una vez más la oración del Santo Rosario, como hago ahora.
El Santo Rosario es una oración muy antigua en la Iglesia, desde el Medioevo, y de gran arraigo en la piedad popular, por eso invito a redescubrir la belleza y la profundidad de esta oración, tan sencilla: para rezarla en comunidad, o en familia, o personal y privadamente. En cualquier circunstancia y lugar recurrimos a María en nuestras necesidades y esperanzas, en las vicisitudes alegres y dolorosas de la vida. El rosario es una meditación de la vida de Jesucristo y de la Virgen María, que estuvo asociada a los misterios de Jesucristo, su Hijo, -Anunciación, Encarnación, nacimiento, vida pública, pasión, muerte, Resurrección, envío del Espíritu Santo- de Él viene la salvación al mundo entero. La meditación de los misterios de la vida y obra de Jesucristo, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, es “síntesis de todo el Evangelio” (CEC 971). La meditación de estos misterios conduce a la contemplación, como dice el Catecismo: “Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor de Jesucristo, a la unión con Él” (CEC 2678, 2708.
Todos los Papas nos recomiendan esta oración del Rosario y el rezarla habitualmente será señal de vida cristiana y de renovación de esa vida cristiana. Soy testigo de ello. En una oración hondamente popular, muy asequible a todos, al alcance de todos. Eso sí, debe ser rezada sin prisas y sin mascullarla, con fe y devoción, como debe hacerse con toda oración, como “trato de amistad con Él” (Santa Teresa de Jesús). En situaciones vitales especiales, en momentos particularmente delicados esta oración brota del fondo del alma y nos conduce a la paz y reaviva el encuentro con Dios y la Virgen.
El Rosario está dividido en cuatro partes y cada una en cinco misterios. En cada misterio se recitan un Padrenuestro una decena de Avemarías y gloria. Una costumbre piadosa es rezar en familia una cuarta parte del Santo Rosario; Es decir, cinco misterios.
En circunstancias especiales, se convoca a buena parte del pueblo de Dios. Por ejemplo, el día 14 de octubre los obispos de la Provincia Eclesiástica de Valencia hemos convocado a rezar en la plaza de la Virgen de Valencia ante la imagen peregrina de Nuestra Señora de los Desamparados para pedir por el respeto de la vida humana y por el respeto de la dignidad. Será una gran manifestación de fe de la Provincia eclesiástica de Valencia, al tiempo que una reivindicación de derechos fundamentales que deben respetar las legislaciones. Os espero.
Ese encuentro de oración tendrá la intención de pedir a la Virgen por la renovación de nuestras diócesis y de avivar en ellas el sentido misionero y de impulsar vigorosamente en nuestras diócesis una nueva evangelización.
Abrirse a la nueva evangelización, impulsar la nueva evangelización pasa por centrarse en Jesucristo. Cualquier intento de evangelización tiene que tener una referencia histórica y concreta. No se trata de anunciar ninguna teoría, sino de situar ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo el hecho central de la historia humana; mejor dicho, de hacer que cada uno se sitúe ante este hecho central del que proviene la verdad y la salvación de nuestra vida: que Dios envió su Hijo, hecho hombre y nacido de María Virgen, para que fuese el Salvador del mundo.
En Cristo Salvador nuestro, se cumplen los anhelos de todos los hombres y mujeres, de todas las generaciones y de todos los pueblos, de las más altas intuiciones y de los más nobles deseos de la humanidad. Cristo es el gran don de Dios a los hombres y la respuesta a Dios de la creación entera.
Nuestra mirada, pues, deberá fijarse en Jesucristo, que es el mismo, ayer, hoy y siempre. De este modo, será más comprensible el esfuerzo por mirar con lucidez a lo que, quizá, ha comprometido la credibilidad de la comunidad cristiana por el testimonio poco coherente de los creyentes, al mismo tiempo, sin embargo, aumentará la conciencia de saber que allí donde ha habido culpa también se deberá pedir perdón y dar testimonio de un amor más grande: el amor a Jesucristo y a su santísima Madre que reclaman nuestro amor efectivo real a nuestros hermanos, más débiles, pobres y que sufren.