22 Nov Luís Miguel Castillo, Padre sinodal por designación del Papa: “Escuchar al Pueblo y hacerlo corresponsable no disuelve la autoridad, la hace más auténtica” Participó en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos
La Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que versaba sobre la sinodalidad concluyó hace una semanas en Roma. Entre los padres sinodales por designación del Papa Francisco se encontraba el sacerdote valenciano Luis Miguel Castillo, rector de la Basílica del Sagrado Corazón de Valencia y profesor de Patrología en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de la UCV.
¿Qué ha significado para usted participar en el Sínodo?
Una gracia y a la vez un sacrificio, si soy sincero. Ha sido una interesante ocasión de trabajar por la Iglesia Universal, colaborando con el Sucesor de Pedro; pero ha supuesto un esfuerzo de preparación y de trabajo intenso en los días de la asamblea en Roma, además de dejar mi vida cotidiana en la facultad de teología y en la basílica del Sagrado Corazón durante más de un mes.
¿Cuáles han sido las conclusiones de este proceso sinodal?
El documento final se ha hecho público. Basta leerlo y sacar conclusiones. Yo diría que lo fundamental es estimular las buenas prácticas sinodales en nuestra vida eclesial diocesana, comprendiendo el valor y la necesidad de contemplar a la Iglesia como comunión de hermanos pertenecientes a un mismo Pueblo de Dios y dando importancia a la escucha mutua y al discernimiento eclesial para descubrir lo que Dios nos va pidiendo en cada momento de la historia. Comunión, Escucha y Discernimiento son, a mi modo de ver, los conceptos claves de este sínodo.
¿Ha habido un Sínodo real y otro de los medios, en el que se enfatizaban los asuntos más polémicos?
En esta sociedad en la que los medios de comunicación tienen una influencia tan intensa el riesgo siempre es que se llegue a crear una realidad virtual. Lo importante es concebir el sínodo en clave de continuidad con el Concilio Vaticano II y su eclesiología de comunión expuesta en la gran constitución ‘Lumen Gentium’. Si comprendemos y aceptamos lo que allí se expone comprenderemos el sentido correcto de la sinodalidad, sin presiones ideológicas de ningún tipo, sino desde una sana eclesialidad. La deformación de la realidad, que a veces hacen los medios de comunicación de masas, deriva de ser excesivamente simplistas y de buscar los puntos de discusión que llaman atención, pero la Iglesia camina en la historia con otros criterios, que no derivan de la opinión de las gentes, sino de una interpretación, en su misma Tradición, de la Revelación divina. O sea, la Iglesia interpreta los signos de los tiempos con “método propio”, no copiando las consignas del mundo. De esta forma mantiene su necesaria libertad.
Puedo asegurar, que, en general, la atención se ha dedicado por los miembros del Sínodo a las cuestiones de candente interés eclesial, como es la misión en la sociedad contemporánea y la renovación de estructuras de la institución, para que sean más fiel reflejo de lo que Dios espera de su Iglesia. La verdad de la Iglesia y su credibilidad no se juegan en unos cuantos temas discutidos y discutibles, que ciertas agendas presentan como tan urgentes. Lo único que urge en la iglesia es la caridad, como dice San Pablo: El amor de Dios nos mete prisa (2 Cor 5, 14).
Tras este Sínodo, ¿Cómo se mejora la sinodalidad en la Iglesia y la escucha y acercamiento a todos, sobre todo, los que sufren, los alejados, los que viven situaciones complejas, etc.?
La sinodalidad solo se mejora si creemos en ella y la practicamos. Debe haber un armónico equilibrio entre la oportuna participación de los hermanos en el ámbito de decisiones de la Iglesia y la autoridad apostólica representada en la persona del Obispo y por extensión en sus ministros colaboradores. Escuchar al Pueblo y hacerlo corresponsable no disuelve la autoridad, sino que la hace más auténtica. Es fundamental que el Pastor sepa escuchar y no exhiba actitudes hegemónicas que anulen la voz del Pueblo y a la vez la sinodalidad reclama un Pueblo fiel que sea responsable de su misión y que viva en comunión con el Papa y los Obispos.
En el sufriente o menesteroso la Iglesia de todos los tiempos ha visto más intensamente reflejado el rostro de Cristo, pues en ellos se prolonga la pasión del Señor. Vivimos además un momento histórico en el que la sociedad está sometida a transformaciones como quizá no experimentó antes, al menos con tanta rapidez. Esto supone por parte de la Iglesia aplicar bien el oído y abrir bien los ojos, para descubrir, en medio de esta nueva situación, qué nos pide Dios. La Iglesia solo puede que, en medio de un mundo dividido, ser instrumento de unidad, está llamada a hacer el bien y por encima de todo a anunciar a Cristo, que es el Salvador. Es fundamental que la Iglesia no se repliegue sobre sí misma, bien asustada por la deriva de una humanidad que apuesta por una vida al margen de Dios, o bien entretenida narcisistamente en cuestiones internas o estructurales, porque entonces se convertiría en un reducto sectario, cuando la Iglesia tiene una vocación dada por Cristo y mantenida por el Espíritu Santo a salir de sí misma e ir al mundo, obviamente no para mundanizarse, sino para ofrecer a Cristo al hombre de todos los tiempos y culturas, para que Cristo sea conocido y vivido, y así, vivido el misterio de Cristo personalmente, el hombre alcance la salvación, entendida no solo como liberación terrenal de lo que le oprime, sino fundamentalmente como liberación del pecado y de la muerte.
En cuanto a lo que entendemos por situaciones complejas, debemos ser humildes y aceptar que no tenemos soluciones para todos, lo que tenemos es a Cristo para todos y un corazón capaz de acoger a todos. Como se suele decir, debemos contribuir a una Iglesia que más que condenar sepa acoger y acompañar, pero sin renunciar a la Verdad. Caminando juntos, sinodalmente, con Cristo y hacia Cristo. Hoy día, pienso yo, nuestro esfuerzo debería de ser mayor en mostrar la belleza de una vida cristiana, que en realizar apologías teóricas de la fe. Aunque todo tiene su momento. Y si somos honestos ¿qué hay más bello y atrayente que una vida vivida con Esperanza en las promesas de Dios y vivida en una comunidad que se ama? Esto debería suscitarnos la pregunta esencial: ¿nos amamos? Y no estoy usando un registro emocional o sentimental. Quiero decir ¿sabemos superar filias y fobias en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en el clero?, ¿los Pastores aman y se interesan por su Pueblo y el Pueblo ama a sus Pastores? Cuando nos amemos más, seremos más creíbles, como decía Von Balthasar solo el amor es digno de fe.
¿Es fácil ponerlo en práctica?
No nos engañemos. Si se está tratando la cuestión de la sinodalidad es porque no la vivimos suficientemente, de lo contrario no haría falta. Nadie que se sitúe seriamente ante Dios puede pensar que esto es obsesión de un Papa, es una tarea eclesial y de no poca importancia. No puede ser una pesadilla, sino un reto, una vocación. Todo lo que se refiere a Dios, podemos decir que es simple, pero no fácil. Simple, porque basta con buena disposición y aprovechamiento eficaz de los cauces diocesanos y parroquiales, que ya existen, como son los consejos pastorales y de gobierno, eso sí, convirtiéndolos en verdaderos órganos de escucha, para que la práctica sinodal sea correcta. Se ha comentado en el sínodo, que sería conveniente realizar con cierta frecuencia una asamblea eclesial presidida por el Pastor en la que los fieles se sintieran escuchados, pero no olvidemos que se escucha para acoger el parecer del hermano y aún más para reconocer lo que nos dice Dios a través suyo, porque dejar hablar, para no hacer caso, es simplemente una pérdida de tiempo. He dicho simple, pero no fácil, porque las inercias, los protagonismos, el afán de poder (no solo en clérigos, sino también en laicos) hacen que lo que debería de ser una derivada natural de la comunión vivida en la comunidad se haga a veces una tarea ardua. ¿Qué solución hay? Queda ir caminando paso a paso en buena dirección y no olvidar que el “espíritu sinodal” comienza en nuestro corazón. De nuestra conversión a Cristo deriva el contemplar la Iglesia como el cuerpo del Señor en el que todos somos miembros necesarios. Solo así no proyectaremos en la Iglesia, que es una realidad teándrica (divino-humana), modelos mundanos, que se limitan a copiar lo que se da en la sociedad, sea modelo de tipo piramidal absolutista, que ofende a la igual dignidad de todos los bautizados o más del tipo parlamentarismo democrático, que insolente piensa que las verdades divinas se votan por el pueblo o que no existe autoridad apostólica.
Por otra parte, no todo lo que se dice en una asamblea viene inspirado por el Espíritu, esto es quizá lo más delicado del método denominado “conversación en el espíritu”. Quiero decir, que hay que discernir todos juntos como Iglesia, pero especialmente el Obispo o Pastor en virtud de su autoridad apostólica, debe discernir lo que no tiene sintonía con la fe de la Iglesia, para evitar ser una resonancia de la propaganda del mundo.
Como vemos la Iglesia sinodal nos pone tareas, supone trabajo, pero el resultado es siempre una comunidad de fe más auténtica. Debemos tener la convicción de que vale la pena, si no es así, por mucho Sínodo y documento final que se haya publicado, poca repercusión tendrá en la vida cotidiana de los fieles. Por eso se ha insistido en que la catequesis y todo tipo de formación en el seno de la Iglesia cuente con una exposición de lo que la comunión y sinodalidad supone en la eclesiología católica postconciliar.
No hay que tener miedo, si hacemos las cosas bien, es decir con docilidad al Espíritu Santo, nada de lo bueno de antes se pierde y se gana mucho de lo nuevo. La Iglesia se parece al dueño de una casa, que de lo que tiene guardado sabe sacar cosas nuevas y cosas viejas (Mt 13, 52).
El Papa quiso publicar su meditación sobre los pastores según San Agustín. ¿Qué aspectos quiso destacar en esa meditación?
Preparé con cuidado esta gran meditación acompañada de una buena selección de fuentes de San Agustín, que pudieran iluminar con doctrina de tan gran Padre de la Iglesia la sinodalidad, sobre la que estamos tratando. Al Papa le ha parecido oportuno publicarla y regalarla a los miembros del Sínodo. Fue una sorpresa. Todo en unos días, pero el breve escrito, ha tenido buena acogida entre los obispos. Es quizá mi mayor contribución a este Sínodo, aunque me preocupé también de otros aspectos durante las sesiones en el ‘coetus minor’ (renovación de la parroquia con implantación de la iniciación cristiana del adulto, relación entre la Conferencia Episcopal y el obispo, etc.)
Como fue un regalo del Santo Padre a los que participaron del Sínodo, es una edición fuera de comercio, pero estamos viendo la posibilidad de publicarla para que pueda estar accesible a todos, seguramente a través de la Universidad Católica de Valencia. Se informará de ello a través de Paraula, en librería Paulinas y en Edilva.
En resumen, de mi escrito ‘‘Agustín, Pastor para el Pueblo de Dios’ destacaría los siguientes puntos:
Estilo de vida del Obispo como servidor de los hombres (S. Agustín, epístola 130), pero que solo tiene a Cristo por Señor. El Pastor debe eliminar la mentalidad de ser propietario de la Iglesia y todo sea dicho de paso, de las conciencias. Somos administradores y servidores de lo que solo a Dios le pertenece. El Pastor solo preside si sirve a la comunidad (sermón 340A)
– Afán por hallar verdad en todos, en todos aquellos que componemos la Iglesia, seamos de la tendencia que seamos, mientras no rompamos la unidad de la fe, hay verdad. Una Iglesia que derrama energía en luchas internas y que se polariza entre unos y otros es una Iglesia anti-signo ante el mundo, porque no brilla en ella ni la unidad ni la caridad. Debemos empeñarnos en superar esta lacra que nos azota, reconozcámoslo. Y esto solo lo conseguiremos que orientando nuestras vidas todos, todos, todos a Dios, cuando estemos girados hacia Dios seremos universales (o sea orientados al Uno, que es Dios, Uni-versus)
– El Pastor debe de ser un dispensador de la Palabra y del Sacramento, (S. Agustín, epístola 21) La Iglesia no necesita más gestores, que ya los hay, sino Pastores y todo sea dicho de paso cuya fuerza no estribe en sus estrategias humanas, aunque esté bien cultivarlas, pero son secundarias. Lo importante es ser orante, preparar con dedicación la predicación, ser un mistagogo, que introduce a los hermanos en el misterio de Cristo, estudiar con interés pastoral no meramente académico. Ahora nos fascinan las técnicas de liderazgo. No quisiera despreciar nada, pero a mi no me convencen. La Gracia tiene medios, fines y resultados muy diversos a las técnicas humanas, no vaya a ser que encorsetemos al Espíritu Santo, luz y guía de nuestros corazones, porque con Dios lo poco se hace mucho y la pobreza se convierte en fuente de riqueza.
– De Agustín podemos aprender a tener un amor eficaz por mantener la unidad de la Iglesia como él hizo contra la facción donatista, que se creía más pura que el resto y provocó el cisma de la Iglesia del norte de África. Agustín combatió esta deformación consciente de la importancia de salvaguardar la unidad, que es una nota de la Iglesia (una, santa, católica, apostólica), porque no en una parte de la Iglesia, sino en la Iglesia entera reside la verdad. Así que sinodalmente caminamos todos bien juntos, los de la Iglesia alemana y los de la Iglesia del Congo…
– Quiero decir que he pedido personalmente al Papa y a diversas personalidades de la iglesia y dejé escrito en mi mediación un deseo que quizá algún día se vea realizado: la declaración de San Agustín como Patrono principal del episcopado católico, quien lea y medite a tan gran autor comprenderá que lo merece. Por eso insto a nuestro arzobispo y a la conferencia episcopal, a que se sume a esta causa y también lo pida a la Santa Sede.
– Voy a terminar con una idea de San Agustín que es por tan sencilla sumamente veraz y que puede darnos mucha paz en nuestra vida en la Iglesia, en la que discutimos en exceso por cuestiones de matiz y perspectiva: el ánimo fraterno ya me apruebe, ya me repruebe me ama (Confesiones X 4, 5), es decir estemos de acuerdo o disintamos, no rompamos nunca el vínculo del amor entre nosotros.