14 Jun «La santa del Corazón de Jesús: Margarita María de Alacoque», por José Vicente Esteve Montalvá, capuchino
Desde que en el cuarto evangelio se describe la escena de costado de Cristo crucificado que es traspasado por la lanza del soldado, cristianos de todos los tiempos se han detenido a contemplarla. También ha sido objeto de innumerables representaciones artísticas y, sobre todo, ha suscitado la adhesión honda y cordial a Jesucristo, de cuyo costado brotan, con el agua y la sangre, los sacramentos, fuente de la vida.
El propio san Juan fue testigo presencial de este suceso y le dará mucha importancia, anunciándolo con particular énfasis. Además, aduce dos citas bíblicas que lo vinculan a la inmolación del cordero pascual y permiten deducir que para él es el centro, no solo del relato de la Pasión, sino de todo su evangelio: El costado traspasado es el signo definitivo con el que culmina la revelación de Jesucristo como Hijo de Dios. Y su consecuencia natural es el paso de este costado atravesado al Corazón de Jesús abierto por la lanza.
Entre quienes han contribuido al culto y veneración del Corazón de Jesús se encuentra santa Margarita María de Alacoque, una joven y humilde monja del Instituto de la Visitación, la orden religiosa fundada por san Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal, que en España conocemos como «salesas». Había ingresado en el monasterio de Paray-le-Monial, en la Borgoña francesa, y allí recibirá una serie de revelaciones que marcan un hito decisivo en el culto y la devoción al Sagrado Corazón, que quiso a través de ella dar a conocer su amor al mundo. Se trata, ciertamente, de revelaciones privadas que no se pueden poner al mismo nivel que la revelación pública contenida en las Sagradas Escrituras, pero que la Iglesia ha recibido y ha tenido una difusión y una acogida extraordinarias por parte del pueblo cristiano. Esto nos permite decir que el Corazón de Jesús, lejos de ser una devoción surgida en un contexto particular en el siglo XVII respondiendo a unas necesidades que existían en la sociedad y la Iglesia de aquel tiempo, está en el corazón mismo de nuestra fe, y a lo largo de la historia ha ido desplegando sus riquezas. Más aún, debemos decir que se trata de una espiritualidad fontal, como la misma santa Margarita escribirá a su director espiritual: «Esta devoción es uno de los últimos esfuerzos de su amor para con los hombres».
La vida espiritual de santa Margarita era intensa antes incluso de entrar en el monasterio. A los 26 años de edad, un año después de haber emitido los votos religiosos, estando en oración en la capilla, tuvo la primera gran aparición. Era el 27 de diciembre de 1673, festividad de san Juan evangelista. Y como al discípulo amado en la Última Cena, el Señor le hizo reposar sobre su pecho, descubriéndole los tesoros de su Corazón, que contiene las gracias santificantes para nuestra salvación. Le mostró una representación del Corazón semejante a la que conocemos hoy, como en un trono en llamas, más esplendoroso que el sol, con la llaga, rodeado de una corona de espinas y coronado con una cruz. El Señor le dijo que su Corazón estaba lleno de amor por los hombres y por ella, y que deseaba manifestarlo para expandir su amor y ser amado. Para corresponder a su amor, Jesús pide que se honre la imagen de su Corazón, prometiendo sus gracias y bendiciones a quienes lo hagan.
En 1674 tuvo lugar la segunda gran aparición en la que el Señor le manifestó las maravillas de su amor por los hombres, lamentándose por las ingratitudes y frialdades que recibía a cambio, pidiéndole que las supliera mediante la comunión frecuente −en una época en la que no era habitual− siempre y cuando se lo permitiera la obediencia, especialmente con la recibida los primeros viernes de mes. No en vano todas estas apariciones están vinculadas a la Eucaristía, sacramento de la presencia viva y gloriosa de Jesucristo. También le pidió que le acompañase todos los jueves de once a doce de la noche, uniéndose así a la oración de Getsemaní.
La tercera gran aparición tuvo lugar en junio de 1675. En ella el Señor le mostró el Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha ahorrado hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Le manifestó que le dolían las ingratitudes de los hombres, especialmente las de quienes le están consagrados, como los sacerdotes y religiosos. Arrebatada por la fuerza del amor de Jesús, Margarita María desea devolverle amor por amor y reparar estas ingratitudes. El Señor le pide entonces que se instituya una fiesta
para honrar su Corazón el primer viernes después de la octava del Corpus.
Como podemos imaginar, estas revelaciones no fueron bien acogidas y la propia santa Margarita María temió ser víctima de un engaño. Pero providencialmente recibió la dirección espiritual de san Claudio de la Colombière, quien le confirmó en la veracidad de lo que estaba ocurriendo.
En todas estas apariciones se descubre una relación profunda entre el Corazón físico de Jesús, su amor ardiente, misericordia y salvación, y la reparación. Son realidades inseparables que muestran cómo es el Corazón de Dios, que manifiesta su amor y desea que lo recibamos, que quiere ser amado y es sensible a nuestra respuesta de amor.
Acojamos en nuestro corazón el misterio de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, considerada por los últimos Papas como la quintaesencia de la religión cristiana.