30 Jun EL ESPLENDOR DE LA VERDAD Carta semanal del Sr. Cardenal Arzobispo de Valencia
La Encíclica del papa Juan Pablo II Veritatis Splendor sobre “algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia”. Un texto de máxima importancia, tal vez uno de los más importantes y de más largo alcance del magisterio de Juan Pablo II. Nunca, hasta entonces, una encíclica se había ocupado directamente del “conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia”, es decir, de aquellos aspectos que están en la base del comportamiento moral. Y, sin embargo, era muy necesario hacerlo en aquel momento.
Llegó en el momento oportuno. Su actualidad es indiscutible años después por la situación que estamos viviendo tanto en el seno de la comunidad católica como en el de la sociedad en general. Al interior de la comunidad católica se habían difundido “muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia” (VS 4); esto había creado un cierto desconcierto y conducido, con frecuencia, a una especie de cristianismo “a la carta” en el que se seleccionan arbitrariamente y según los propios gustos y conveniencias los comportamientos morales.
Por otra, la sociedad, en general, padece una aguda y amplia crisis moral que se evidencia, entre otras cosas, en un pluralismo ético desbordado, en una desmoralización de la sociedad, en una incapacidad para ofrecer respuestas válidas para todos a las grandes cuestiones que hoy tienen planteadas los hombres de nuestro tiempo, en un no saber qué es lo bueno y lo malo, lo recto y lo justo.
La Encíclica papal presenta la enseñanza moral de la Iglesia en su conjunto de una forma positiva, a partir de la lógica de la Revelación, del Evangelio, en su dinámica de mensaje de amor que pide decisión libre y espontánea, más aún don total y gratuito de sí mismo a Dios y a los hermanos. El Papa no considera la moral como un conjunto de prohibiciones o de obligaciones derivadas de unos imperativos añadidos desde el exterior. La Encíclica describe el comportamiento moral como el camino hacia la vida en plenitud. Toda ella es una respuesta a aquella pregunta del joven rico que sirve como de base para la enseñanza del Papa: “Maestro, ¿qué he hacer de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt l9, l6). A partir de este texto, muestra al hombre cómo puede llegar a ser él mismo; le muestra el camino del amor y así el camino hacia la felicidad, que nunca es sólo individual, sobre vías egoístas, sino siempre y, sobre todo, inseparable de la comunidad de los hombres.
El Evangelio es el anuncio absolutamente gratuito de que la felicidad anhelada y esperada por el hombre en su libertad se nos ha dado en una medida inimaginable en Jesucristo. No se trata de una meta a conquistar con nuestras obras, sino de una gracia a acoger mediante la fe y a hacer fructificar en nuestro actuar. El Evangelio es una Persona, Jesucristo, y la dicha y el camino de la felicidad para el hombre es el encuentro y el seguimiento de Jesucristo. Un encuentro y un seguimiento felicitante. Porque Él es la Verdad que revela el rostro del Padre, el sólo Bueno y fuente de bondad; y, por tanto, es el camino para el hombre hacia la plenitud de su realización por los caminos del bien, del obrar justo y bueno. Así, Cristo es el centro y el punto de referencia de la moral cristiana, que no puede concebirse más que como relación a su persona.
Desde el momento en que la felicidad del hombre es una persona, la moral como búsqueda de la felicidad tiene un camino: la conversión y el seguimiento de Jesucristo que implica, por gracia de Dios, hacerse conforme a Él, vivir como Él vivió y no meramente imitarle de manera exterior.
La clave de la moral, su fundamento, conforme a las enseñanzas de la Iglesia recordadas en la Encíclica por el Papa, está en la afirmación de Dios, creador y salvador, y del hombre, inseparable de Dios, creado conforme a su imagen, y de Jesucristo, verdadera y original imagen de Dios, y, por tanto, modelo según el cual fue hecho el hombre por su Creador, fuente y origen de todo bien. Ahí está la verdad del hombre, en cuya realización, en libertad, radica su comportamiento moral. Hay en el hombre una verdad, una ley, puesta por Dios, el Creador, que no se da él a sí mismo ni la crea por sí mismo.
La Encíclica parte, pues, de un presupuesto fundamental: no creamos nosotros mismos las normas de conducta a través de la discusión, ni es el consenso, ni la mayoría lo que determina las normas morales. La Encíclica parte del presupuesto de que nuestra misma esencia como hombres indica una dirección para nuestra existencia que no es inventada por nosotros, sino encontrada y reconocida. Para la Encíclica es constitutivo que en la fe y con la razón iluminada por la fe podemos reconocer la verdad sobre el hombre y su camino. La discusión no la crea, sino que busca penetrarla más profundamente. Aquí es donde tenemos la clave de la respuesta a la pregunta que acucia al hombre de hoy y de siempre, que no es otra que la pregunta: “¿qué hay que hacer para que la vida sea como debe ser?”.
En la Encíclica Veritatis Splendor, el papa Juan Pablo II, recordando la enseñanza de la Iglesia, señala como clave del comportamiento moral el vínculo entre la verdad, el bien y la libertad. El perder de vista este vínculo es uno de los aspectos más de fondo que se hallan en la base de la actual crisis moral. Porque es en ese vínculo donde se sustenta el patrimonio y el comportamiento moral. Por eso el Papa dice que, en la gravísima situación actual de crisis moral, “no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral. En la base se encuentro el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación constitutiva con la verdad” (VS 4). Esta es la cuestión que está en juego: la relación del hombre con la verdad y la libertad y la relación entre ambas. La crisis moral de nuestro tiempo tiene mucho que ver con la crisis de la verdad y con la corrupción de la idea y experiencia de libertad. El hombre contemporáneo, en efecto, aprecia sobremanera la libertad, pero frecuentemente la concibe de manera errada, exaltándola hasta el extremo de considerarla un absoluto, fuente de los valores (Cfr. VS 32) y de la verdad.