02 Feb El valenciano José Vicente Nácher, nuevo arzobispo de Tegucigalpa, acoge el nombramiento con profunda alegría El sacerdote y misionero está en Honduras desde el año 2000
L. B.- PARAULA
El papa Francisco ha nombrado nuevo arzobispo de la arquidiócesis hondureña de Tegucigalpa al misionero valenciano José Vicente Nácher Tatay en sustitución del cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga.
Al conocer la noticia, que acoge con profunda alegría, el misionero valenciano manifestó a PARAULA que “el nombramiento nos ha sorprendido a todos, también a mí. En Honduras había cuatro diócesis pendientes de renovación por motivo de edad y han venido al mismo tiempo los cuatro nombramientos”. Su ordenación episcopal será el próximo 25 de marzo, a las 9 horas, en la basílica de Nuestra Señora de Suyapa, en Tegucigalpa, la capital del país.
El religioso José Vicente Nácher, perteneciente a la congregación de la Misión Padres Paúles nació el 10 de abril de 1964 en Valencia. Licenciado en Sociología por la Universidad de Alicante, posteriormente cursó estudios de Filosofía y Teología en el Seminario Mayor de la Congregación de la Misión de Barcelona y en la Facultad de Teología de Cataluña.
“Soy hijo de la huerta de Valencia. Nací en Monteolivete. Desde pequeño tuve contacto con los misioneros Padres Paúles, que atienden la que era mi parroquia. Además, estudié en los Salesianos de la avenida de la Plata, a los que estoy muy, muy agradecido. Todo ello me llevó a entrar en el Seminario de los Paúles en 1985”.
Nácher emitió su profesión solemne en la Congregación de la Misión el 20 de enero de 1990 y fue ordenado sacerdote el 26 de octubre de 1991 en la catedral de Valencia por Mons. Roca Cabanelles.
“Al principio estuve destinado en Alicante, donde me encargué de las misiones populares y pastoral juvenil durante nueve años. Después, estuve tres años en Valencia y, en el año 2000 los PP. Paúles me enviaron a San Pedro Sula, en Honduras”. Allí fue párroco de San Vicente de Paúl (2000-2005), y más tarde párroco de San José en Puerto Lempira (2006-2016) y vicario episcopal de la zona indígena de La Mosquitia en la diócesis de Trujillo. En 2016 fue nombrado superior regional de la Congregación de la Misión en Honduras y regresó a San Pedro Sula, donde se encuentra en la actualidad.
“Toda mi experiencia misionera la he adquirido aquí. Aquí he aprendido, me he desarrollado y me he sentido muy feliz, con los fieles con los que he trabajado y compartido la vida pastoral, así como con el resto de sacerdotes, los vicentinos y los diocesanos”, manifiesta.
Atención a los jóvenes
El P. Nácher explica que Honduras es un país en desarrollo, con mucha población joven. “La mitad es menor de 25 años pero existe un alto índice de migración, tanto hacia Europa como hacia Estados Unidos. Esto está motivado por la falta de oportunidades en el país, por las perspectivas sobreestimadas de lo que van a encontrar fuera pero también por la inseguridad en sus lugares de origen. La migración marca mucho la vida aquí”, comenta.
De ahí su especial preocupación y dedicación a los jóvenes. “En la parroquia de San Vicente de Paúl, de San Pedro Sula, tenemos una escuela agrícola. Esta es la segunda ciudad del país, la más industrial, pero la zona de La Mosquitia, donde estuve antes, es una zona aislada, indígena”, matiza.
Precisamente en la zona tropical hondureña de La Mosquitia impulsó la creación de dos proyectos educativos que atienden aproximadamente a 1.100 jóvenes y niños al mes con meriendas, formación y actividades deportivas.
El primero de estos centros llamado ‘Brotes Nuevos’, abrió en 2005 con la ayuda de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, como respuesta a la difícil situación de violencia en Puerto Lempira. Cada mes se ocupan de 400 menores, de 6 a 14 años, con meriendas, atención pediátrica, clases de refuerzo y actividades deportivas.
El segundo centro se denomina ‘Asla Wapaia’, que quiere decir ‘Juntos Caminando’, y lleva en marcha diez años atendiendo cada mes a 700 jóvenes que realizan actividades deportivas, cursos de danzas típicas, idiomas y música, talleres, refuerzo escolar y charlas formativas, además de participar en la radio parroquial.
Entre los proyectos que ha llevado a cabo el misionero valenciano en Honduras figura también la creación de una radio parroquial con energía renovable procedente de la luz solar como medio de evangelización, de formación y de comunicación entre los habitantes de la región de La Mosquitia que carecen de medios de acceso a internet o cobertura telefónica.
“La emisora se llama ‘Kupia Kumi’. La Mosquitia es una zona incomunicada. No hay carreteras para poder llegar a las aldeas más remotas donde tampoco llega señal de móvil, ni de televisión. La radio ha sido un gran instrumento de acercamiento y comunicación. Es una emisora muy popular porque hay unas horas en que la gente puede entrar y transmitir mensajes a su familia, hacer llegar su mensaje a los que están lejos. Es una de las ofertas que la hacen tan popular”.
Encontrar, escuchar y discernir
La parroquia, San Vicente de Paúl, donde José Vicente Nácher se encuentra ahora es muy extensa, muy amplia. Una sola parroquia comprende zona urbana, pero también zona suburbial -lo que llaman barrios o colonias- y, por último, zona rural. “Al ser tan extensa tenemos más de 100.000 habitantes y para llegar a la última comunidad tardamos casi hora y media. Es una parroquia amplia y variada que nos da alegría porque nos proporciona experiencias diversas y todas muy bonitas que me han ayudado mucho en mi vocación”, afirma.
Allí la vida del misionero es muy intensa. “Nos levantamos temprano para hacer ejercicio y para la oración comunitaria. Luego, celebramos una misa que se retransmite por radio y Facebook. Al terminar, empezamos a atender en la oficina a todas las personas que se acercan y tenemos las reuniones organizativas”. Por la tarde continúan su labor. “Salimos a la montaña para visitar a las aldeas. Y ya por la noche, nos reunimos con los grupos pastorales. Además, en esta parroquia tenemos un horario amplio de confesiones y acompañamiento espiritual”.
Tras su nombramiento como Arzobispo, indudablemente la vida del P. Nácher cambiará. Por lo pronto, tendrá que dejar su parroquia actual y marchar a la capital, a Tegucigalpa. “Solo el Señor sabe cómo cambiará. Él nos guía, nos lleva y va a disponer de nosotros como sus instrumentos para llevar a cabo su obra”.
A Tegucigalpa “iré a servir con todo el amor y toda la disposición a una arquidiócesis a la que quiero mucho, a unos fieles y a unos sacerdotes a los que envío mi saludo y mi aprecio. Voy a estar a su disposición para encontrarme con ellos, escucharles y juntos discernir la voluntad de Dios y de la Iglesia”.
Aunque aún no tiene ningún proyecto en mente, a partir del 25 de marzo, quiere encontrarse “con cuantas más personas y sacerdotes mejor para escucharles y discernir juntos. Llevo muy pocas ideas preconcebidas. Voy dispuesto a encontrar, escuchar y discernir”.
Tras su nombramiento como Arzobispo, la reacción de sus feligreses en San Vicente de Paúl no se ha hecho esperar. “Aquí hay muchas personas con sentimientos encontrados porque, por una parte, se alegran y me felicitan; pero, por otra, voy a salir de esta ciudad. Los sentimientos son algo humano, pero nuestra fe es una, es la misma en Tegucigalpa, en San Pedro y en Valencia, y forma parte de nuestro ser personas. ¡Qué bonito es cuando nos encontramos en estas dimensiones de fe y de esperanza unidos por el amor de Dios!”, exclama.
Al ser una parroquia tan extensa, Nácher sabe que no va a ser posible despedirse particularmente de sus feligreses. “Con un ambiente fraterno y sencillo haremos pequeños actos de despedida por grupos. La gente aquí es muy cariñosa y buena, así es que estas son de las cosas bonitas que nos esperan ahora”.
La familia, raíz de la fe
Echando la vista atrás, Nácher califica su vida entregada a la misión como “una experiencia intensa y continua. Un don del Señor. Somos sus instrumentos. Nosotros somos sus mediadores, beneficiados y a la vez portadores de la gracia de Dios que sigue actuando y llenando de alegría a todas las personas que le abren su corazón”.
A lo largo de estos 22 años “he tenido muchos más momentos de alegría, aunque por el ambiente en que nos movemos hemos tenido también muchas dificultades, pero nunca han sido de especial gravedad. Poco podemos hacer en algunas ocasiones. Pero han sido más los momentos de satisfacción y alegría, como cuando salí de S. Pedro para ir a La Mosquitia, o cuando luego volví a esta ciudad que dentro de unas semanas tendré que dejar de nuevo para ir a servir en la arquidiócesis de Tegucigalpa”, afirma.
El misionero y sacerdote valenciano espera poder visitar pronto a su familia. “Quiero ir a la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa el próximo verano y pasaré por Valencia”. Sus padres siguen viviendo en Monteolivete. “Están muy alegres y rezando, aunque por motivo de edad y salud no podrán acompañarme en mi ordenación episcopal. Pero, como ellos dicen: ‘donde tú estés, estamos los tres’. Tengo una familia muy extensa y de fe por ambas partes, que es donde está el origen, la raíz de mi fe y de mi vocación y, por eso, les estoy muy agradecido a todos”, concluye.