16 Jul VIRGEN DEL CARMEN Homilía íntegra del Sr. Cardenal
Permitidme que mis primeras palabras sean para felicitaros a todos, singularmente a los hombres del mar, pescadores, o marinos pertenecientes a la Armada Española, en esta fiesta de vuestra Patrona, la Virgen del Carmen. Os felicito por vuestro gran afecto filial, vuestra cordial veneración y vuestra profunda devoción que tenéis, mis queridos hermanos, hacia la Santísima Virgen María, en su advocación, tan entrañable del Carmen, estrella de los mares. Sé que todos acudís a ella en tierra o en la mar en la que faenáis, tan cargada de peligros y riesgos que nadie como vosotros conoce. Desde el mar o desde tierra acudís a Ella para derramar vuestras lágrimas de oración suplicante o de acción de gracias agradecida, cómo vibráis, vuestra alma se estremece de emoción cuando cantáis la Salve Marinera. Sé que la queréis y ¡cómo la queréis!
A pesar de que la secularización de la vida no ha dejado de erosionar la fe, permanece en lo más vivo y hondo de vosotros un sentido religioso y una confianza grande en la protección materna de María. Acudís a Ella porque brilla en vuestras rutas y trabajos, como signo de consuelo y de esperanza. Ella es la Madre de Jesús, y todo su gozo, gozo de madre nuestra, está en llevarnos hasta Jesús. En el fondo no se acude a María si no es para encontrar en ella a Jesús y su salvación. Si Jesús es el sol, María es su aurora: y así si deseáis desde la mar la llegada de la aurora, es porque deseáis, a la vez, la luz del sol mismo y os alegráis por su presencia. Cuando le cantáis o le rezáis la popular Salve le pedís que os muestre a Jesús, en quien está la salvación.
Desde lo más hondo de nuestro ser, ése es el amparo que buscamos, ésa es la salvación que esperamos de María, la Virgen del Carmen: esperamos a Jesucristo. Quien se acerca a María que nos muestra a Jesús, fruto bendito de su vientre, se acerca también al Salvador, y si lo hace movido por una necesidad grave se acerca a Jesús como se le acercaban durante su existencia terrena tantos agobiados por la vida. Quien tiene la fe que pedía Jesús, puede con toda verdad escuchar de Jesús las mismas palabras de entonces: “Tu fe te ha salvado”. Quien, agobiado por una necesidad, en sus súplicas a María encuentra a Jesús, encuentra al único que puede salvarlo y Dios lo pone en el camino de la salvación total.
Por todo esto, celebrar a Nuestra Señora del Carmen es una ocasión privilegiada para volver nuestra mirada al nombre, a la persona de Jesucristo, Redentor único de todos los hombres y el único en el que podemos ser salvos, el único que tiene palabras de vida eterna. Es preciso que la Iglesia hoy dé un gran paso en el acercamiento a Jesucristo, en su identificación con El, en el seguimiento de Él, en el anuncio de su Redención.
Es necesario, mis queridos hermanos y hermanas, que abramos de par en par nuestro corazón al Hijo de Dios, Emmanuel, Dios-con-nosotros, que, nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Él está en el centro de todo, pues Él es aquel que revela el plan de Dios sobre toda la creación y, en particular, sobre el hombre. Él es la palabra, que, encarnándose, renueva todo; el que, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, Señor del universo, es también Señor de la historia, el principio y el fin de toda ella. Esta persuasión y certeza es lo que ha de constituir el eje sobre el que se debe articular nuestro proyecto de vida y de sociedad. Mirar a Jesucristo, identificarnos con El, conocerle, amarle, seguirle, poner todo en relación con El, hacer que Él esté en el centro, y que El dé vida e ilumine todo: ése es precisamente el sentido de nuestro existir cristiano.
Lo estáis palpando todos los días los hombres del mar. De una manera muy concreta, ¿de dónde sale toda la fuerza que ponéis para salvar de las aguas procelosas a náufragos en trance de perecer, si no de Cristo y de su Santísima Madre? Cuántas obras de salvación vienen de vosotros, inspirados y guiados por la Virgen del Carmen y su Hijo Jesucristo. En estos tiempos es noticia de cada día la de inmigrantes y refugiados que salen de sus países y arriesgan sus vidas y de vosotros reciben la primera ayuda y la salvación. Sois y reflejáis la imagen de Jesús que vino a salvarnos.
El camino de los hombres y de la Iglesia, lo sabéis muy bien, no es otro que Cristo. La vía de la renovación de la Iglesia y del mundo no puede ser otro que Cristo. Nuestro camino, el de cada uno, no puede ser otro distinto al que es Cristo. La atención al acontecimiento de la encarnación y de la Redención, la atención a la persona de Cristo y el centrarnos en El, síntesis y fundamento de todo y de cuánto vale y existe, debe ocupar el primer lugar en toda nuestra visión de la realidad y en el ejercicio de nuestra existencia. Es una necesidad verdaderamente urgente que se ilustre y profundice la verdad sobre Jesucristo, como Único Mediador entre Dios y los hombres, como el único redentor del mundo. En Él está la esperanza única para todos los pueblos y todas las gentes. Cristo no decepciona nunca. Es la piedra angular sobre la que se puede construir y edificar. Sí, Jesucristo, el Hijo de Dios venido en carne crucificado y resucitado, es el único salvador del hombre, irreducible a una serie de buenos propósitos e inspiraciones homologables con la mentalidad moderna. Es el camino, la verdad y la vida. ¿A quién vamos a acudir sino a El que es el único que tiene palabras de vida eterna?
Hay que volver a la escuela de Cristo para hallar el verdadero, el pleno, el profundo sentido de palabras como paz, amor, justicia, libertad, solidaridad. Se hace urgente, mis queridos hermanos, un continuo esfuerzo por volver a esta escuela de Cristo, para que podamos tener el valor de decir sí a la vida, a la familia, al trabajo honrado para todos, al sacrificio intenso para promover el bien común, al hombre. Necesitamos volver a esta escuela de Cristo, que es conocimiento de Él, que es escucha de su palabra, que es trato de amigo con El, para poder decirle sí a Cristo que es el camino, la verdad y la vida. Para que sea posible la edificación de la nueva civilización del amor y la construcción de la paz, sólo existe un camino: ponerse a la escucha de Cristo, dejándose empapar por la fuerza de su gracia; sólo existe una vía: volver a la escuela de Cristo.
La centralidad de Cristo no puede, por lo demás, ser separada del papel desempeñado por su santísima Madre. Su culto, siempre valioso, en modo alguno menoscaba la dignidad y la eficacia de Cristo, único Mediador. Al contrario, unida estrechamente a su Hijo Jesús, señala la senda que ha de seguir el cristiano tras su Señor. Una verdadera devoción a la Virgen llevará consigo una constante voluntad de recibir sugerencias e impulsos del modo cómo María siguió a Jesús, su Hijo y Señor. María dedicada constantemente a su divino Hijo, se nos propone a todos como modelo de fe, como modelo de existencia que mira constantemente a Jesucristo. Como María, el cristiano se abandona confiado y esperanzado en las manos de Dios, vive dichoso, como ella, de la fe: nada hay tan apreciable como la fe que se traduce en amor.
Que la Virgen del Carmen os arraigue en la fe, que os proteja y ayude en vuestras necesidades y sufrimientos, que interceda ante su Hijo para que seáis bendecidos por El con toda suerte de bienes espirituales y celestiales, vosotros hombres del mar y vuestras familias.