27 Oct Don Marcelino Olaechea (II): Promotor de un plan evangelizador Artículo de Ramón Fita, Delegado para las Causas de los Santos, en el 50 aniversario del fallecimiento de mons. Olaechea
Muy pronto percibió don Marcelino que la Virgen de los Desamparados era la mejor palanca para mover a su pueblo en santas actividades y devociones, pues los valencianos de cualquier color sienten por su Virgen una gran devoción. Como buen pastor entusiasta y devoto de la Madre de Dios percibió que -y estas son sus palabras- “en parte alguna existen las explosiones de amor tan arrebatado, tan encendido, tan delirante, tan tiernamente filial como la del pueblo valenciano”. En 1948, con motivo del XXV aniversario de la coronación canónica de la Virgen, consiguió que la imagen de la excelsa Patrona recorriese la ciudad, los barrios y hasta las alquerías de la huerta. Convirtió a la Maredeueta en ‘gancho’ evangelizador y pacificador. Lanzó la venerada Imagen a la calle y la entregó al pueblo.
Algo análogo se está haciendo en este año 2022 con motivo del centenario de la coronación de la imagen de la Virgen de los Desamparados.
Don Marcelino tuvo la sagacidad de conectar con su pueblo, no solo en los sermones, no solo en la iglesia, sino psicológicamente en aquellos ambientes y medios donde él, junto con su pueblo, estaban todos más a gusto, y desde luego los itinerarios que recorrió la Virgen fueron una apoteosis y en esas rutas, don Marcelino se fundió definitivamente con Valencia, un alma del Norte, un vasco, y unas almas del Mediterráneo en plena simbiosis.
Y a partir de esa impresionante experiencia, don Marcelino comienza a vislumbrar todo un plan pastoral que perduraría durante su largo pontificado.
En aquella célebre carta pastoral titulada ‘La Virgen de los Desamparados y los desamparados de la Virgen’, que se publicó en mayo de 1947, don Marcelino se preguntaba: si “tan de veras amáis a la Virgen de los Desamparados, a la que no veis sino en efigie, ¿cómo no amaréis a los desamparados de la Virgen, a los que veis en la sangrante realidad, a las puertas de vuestra casa?”. Después de exhortar a sus diocesanos a amar no con los labios, sino con obras y verdad, exclamaba: “¡Hijos de nuestra Madre de los Desamparados!, en su nombre y por su amor, os pide vuestro Arzobispo que seáis amparadores: de los que no tienen pan; de los que no tienen abrigo; de los que no tienen techo; de los niños sin hogar y sin escuelas; de las almas que no tienen la dicha de la fe”.
“No puede pensarse que en Valencia, tan rica y tan buena, haya hambre, desnudez y falta de techo. No puede pensarse que haya en Valencia miles y miles de niños sin escuela. No puede pensarse que haya en Valencia miles de familias que viven en chozas de barro y latas. No puede pensarse que haya en Valencia feligreses pobres a los que nunca puede llegar la limosna del Párroco, por ser ellos tantos, y tan sin recursos él. No puede pensarse que las parroquias del casco, las que forman el corazón de la ciudad por la tradición, la piedad y la riqueza, no sientan hermandad con las del cinturón, sede de pobres, arrojados al margen de la urbe, como resaca del mar de la ciudadanía».
El Banco de Nuestra Señora de los Desamparados
Después del análisis de la situación, audazmente anuncia la constitución del ‘Banco de Nuestra Señora de los Desamparados’. Y es que la honda conmoción sentida en la fiesta de nuestra Madre de los Desamparados, le inspiró la constitución de una entidad financiera que llevará su nombre. Y, a esta intuición de don Marcelino pronto respondieron muchas personas que colaboraron desinteresadamente en aquella arriesgada empresa del Arzobispo. Con su peculiar visión desvelaba que “No habrá Banco de mayor simpatía, ni que reparta mejores dividendos. Los que dan los otros bancos quedan del lado de acá, de la tumba. Nadie se lleva una perra chica más allá de la losa del sepulcro. El que aporta al Banco de Nuestra Señora de los Desamparados, da a los pobres, pero le presta a Dios”.
Ese Banco se sostuvo de las aportaciones de todos los feligreses que tuvieron un algo de honor cristiano. De las contribuciones de todas las entidades: tiendas y comercios, incluso de los cafés, restaurantes y bares; también los teatros y cines, las industrias y de las entidades financieras…, todos colaboraron con el Banco de Nuestra Señora de los Desamparados. Se nutría, además, de las aportaciones de los feligreses; de las colectas que el segundo domingo de cada mes se hacían en cada parroquia; de las limosnas que mensual, trimestral, semestral o anualmente aportaban los feligreses y ciudadanos; de la Tómbola valenciana de Caridad. Y según las necesidades se iban distribuyendo entre los pobres de las parroquias y en el Patronato de Viviendas de Nuestra Señora de los Desamparados. En las actas del Secretariado Diocesano de Caridad se consignan las normas dictadas por el Prelado para la ayuda de los necesitados.
La creación del Banco fue una acción pionera con un sinfín de actividades diversas: vales de comida para los comedores, ingresos en asilos y establecimientos, suministros de mantas y ropa de invierno, camas, canastillas, asesoramientos jurídicos, médicos, medicamentos y operaciones, ingresos en hospitales, sanatorios y manicomios, etc. Para la obra de enfermos tuberculosos funcionó la Institución Asistencial S. José, creada en el ámbito del Banco y financiada con las aportaciones de las Fallas y de fiestas del Patriarca S. José. Y uno de los principales ayudantes que tuvo esta intuición de monseñor Olaechea fue don José Ma. Haro.
Además en mayo de 1948 surgió la Tómbola Valenciana de Caridad. Aquel popular sorteo lo creó don Marcelino con el fin de proporcionar al Banco de Nuestra Señora de los Desamparados cuantiosos ingresos con los que durante muchos años se atendió a las obras de caridad y de promoción. Esta original iniciativa, ensayada por don Marcelino en su período de Pamplona, tuvo un arraigo muy popular en Valencia. Era una manera de recaudar fondos con destino a las numerosas obras sociales creadas por el arzobispado. La Tómbola tuvo gran éxito porque nació en un momento económico y social propicio. Y a pesar de que su esplendor fue breve, apenas seis años, desde 1948 hasta 1954, consiguió recaudaciones de hasta 300.000 pesetas diarias y cerró sus ejercicios con varios millones de beneficios limpios.
Y una de las acciones más importantes del Banco fue la de proporcionar casas decentes a las familias pobres. La creciente inmigración a esta próspera ciudad pedía como solución ofrecerles viviendas dignas. Y así surgió el ‘Patronato de Viviendas de Nuestra Señora de los Desamparados’. En Valencia existía el grave problema del chabolismo, que afectaba a miles de familias, hacinadas en humildes ‘chabolas’ junto al río Turia o en pleno cauce desde Mislata hasta su desembocadura en Nazaret. El Arzobispo las recorrió y se percató de la situación. Se planteó el ambicioso proyecto de construir viviendas, financiadas por el Patronato fundado por él mismo. La iniciativa dio sus frutos positivos y contribuyó a resolver, en parte, el problema de la vivienda que agobiaba a numerosas familias. El primer bloque que se construyó fue de 190 casas con escuelas en Patraix y el segundo de 102 casas en el barrio de Tendetes, a los que siguieron otros en Benicalap, con 56 viviendas, y en la partida de Zafranar, junto a la carretera real de Madrid, llamado de ‘San Marcelino’, con 421 viviendas, 2 grupos de escuelas de seis grados, biblioteca, iglesia, casa parroquial y centro de Acción Católica.
Además, don Marcelino tuvo la intuición y la necesidad de misionar su archidiócesis y con ese espíritu emprendedor y organizador, tan a lo Don Bosco, promovió dos Misiones populares, una en 1949 y otra en 1955, que dieron mucho fruto. Llenó las Iglesias con la colaboración de misioneros de calibre. Colaboraron los PP. Pasionistas, en la primera; y en la segunda, los PP. Dominicos. Estas Misiones fueron, sin duda, un hito de su pontificado al que respondió el pueblo de Dios, viendo en todo aquello el alma de Mons. Marcelino Olaechea. El éxito fue rotundo.
Con esos métodos pastorales el arzobispo se propuso cuatro objetivos fundamentales y a la vez elementales para la vida cristiana: santificar las fiestas; amar a los pobres; fre- cuentar los sacramentos y recibir el viático a la hora de la muerte. Y para desarrollar estos primordiales cuatro objetivos, don Marcelino contó con la colaboración del clero secular y regular; de las religiosas y sobre todo, de los seglares.